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Más dogmáticos que la Congregación de la Fe
5 comentariosLeo unas declaraciones del P. Adolfo Nicolás, máximo responsable de la Compañía de Jesús (en La Vanguardia, jueves, 13 de noviembre). Entresaco estas palabras: “Quizás los españoles antiguos somos mucho menos tolerantes de lo que podríamos ser y tenemos unas convicciones más dogmáticas que la Congregación de la Fe en Roma. Nos resulta difícil convivir con personas que piensan distinto”. Aquí la palabra dogmático no se relaciona con declaración autorizada de la verdad, sino con intolerancia.
Ser dogmático es tener una mentalidad cerrada, poco abierta a lo nuevo, desconfiada ante lo desconocido, que siempre considera el pasado mejor que el presente, un pasado idealizado, descontextualizado, y por tanto falseado. Es búsqueda de seguridad, gusto por la autoridad cuando esta autoridad coincide con lo que él piensa y cuando pone orden en los otros, porque cuando le obliga a cambiar a él entonces es la autoridad la que se equivoca. Para el dogmático el criterio de la verdad es él. Dogmático es gusto por las formas, por fórmulas supuestamente intocables, es evitar ir más allá de la fórmula hacia lo que la fórmula significa. Porque si vamos hacia lo que la fórmula significa entonces este más allá nos hace caer en la cuenta de lo relativo de la fórmula. Dogmático es el incapaz de escuchar, de dialogar, de comprender a los otros, el que declara falso lo que no comprende, el incapaz de ponerse en el lugar del otro, por pura pereza intelectual, el reacio a la sorpresa, el que ve enemigos por todas partes, el amante de uniformes y uniformismos artificiales, amante también de condenas rápidas para el que se sale del uniforme.
El dogmático prolifera en ambientes donde hay ignorancia, pobreza de pensamiento y desconocimiento incluso de la doctrina más oficial de la Iglesia. El dogmático selecciona una parte de esta doctrina y además la lee mal. En vez de acudir a los textos mismos, acude a comentarios intencionados o a resúmenes sesgados. A los dogmáticos yo les recomendaría que leyeran directamente los textos del Magisterio o el Catecismo de la Iglesia Católica. Si lo hacen, por favor, déjense sorprender por los matices que se encuentran en estos textos.