Dic
María, enseñanza para todos
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Si miramos a la virgen María encontramos una serie de actitudes que pueden ayudar a vivir con ilusión y coherencia nuestras distintas vocaciones. Toda llamada de Dios es motivo de alegría, de acción de gracias y de esperanza. María, tras recibir un saludo de parte de Dios, que la invita a la alegría, “alégrate, llena de gracia” (Lc 1,28), entona un cántico de acción de gracias que comienza afirmando que, efectivamente, “se alegra su espíritu en Dios, su Salvador”. ¿Cuál es el motivo de esta alegría? “Porque ha mirado la humillación de su esclava, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí, porque su nombre es santo y porque su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Mirando a María estamos invitados a la alegría por lo mucho y bueno que el Señor ha hecho en cada uno de nosotros. Esta alegría debe ir acompañada del agradecimiento, por la llamada del Señor a nuestra respectiva vocación, y por “las obras grandes” que el Poderoso ha hecho y quiere hacer por medio de “la humildad de sus siervos”. La alegría y el agradecimiento deben abrirnos a la esperanza, pues sabemos que Dios no abandona a quienes llama, sino que, como dice María, extiende su misericordia de generación en generación. Tenemos un futuro por delante, hay muchas cosas que podemos y debemos hacer, si sabemos leer los signos de los tiempos, como María: los poderosos en sus tronos, los ricos, los pobres, los hambrientos, los humildes. La esperanza es realista, se apoya en nuestras posibilidades; por eso, para mantener viva la esperanza, tenemos que analizar nuestras fuerzas y organizarnos con eficacia.
Finalmente, María nos invita a vivir el presente con pasión y con ilusión. Tras recibir el anuncio del ángel que la invita a la alegría, María, se mueve con prontitud (Lc 1,39) para transmitir la alegría incontenible que lleva en su regazo: Jesús, el Señor. “La esclava del Señor” (Lc 1,38) corre a hacerse esclava de los hombres, pues el amor de Dios se demuestra y comprueba en el amor a cada hermano y a cada hermana. Con María, cada uno de nosotros, empujado por el viento del Espíritu, debe vivir hoy su propia vocación con pasión, con esperanza, con ilusión, con fe ardiente y generosa, amando a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y nadie quede privado de la luz del Evangelio.