May
Los samaritanos y la Ascensión
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Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, escrito por el mismo autor del tercer evangelio, el día en que Jesús “fue llevado al cielo” (Hech 1,2) encargó a sus apóstoles que fueran sus “testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hech 1,8). Mientras el Jesús de Mateo prohíbe a sus apóstoles que entren en ciudad de samaritanos (Mt 10,5), Lucas nos muestra a un Jesús cercano, comprensivo y amante de los samaritanos. Es un Jesús que rompe fronteras y que se acerca a aquellos a los que espontáneamente sus apóstoles rechazaban. Por eso, en su última instrucción les envía a Samaría, ese lugar peligroso, supuestamente poco hospitalario y plagado de herejes.
Jesús envía a sus discípulos a los alejados y malqueridos no sólo para que den testimonio de él, sino también para que le encuentren en esos supuestamente malos samaritanos. En Jerusalén, donde en primer lugar había que predicar el evangelio, porque parecía el más preparado para acogerlo, los discípulos se encuentran, cada vez más, con la oposición de las autoridades. Por eso, tras la muerte de Esteban a manos de los judíos, Felipe se dirige a Samaria y allí “predicaba a Cristo” y la gente le escuchaba (Hech 8,5-6).
Por Lucas conocemos una serie de detalles muy positivos sobre los samaritanos: entre los diez leprosos curados por Jesús, el único que le da las gracias es un samaritano; samaritano es el hombre compasivo que atiende a un herido al borde del camino, un herido que era un enemigo judío, y ante el que los dos representantes oficiales de su comunidad pasaron de largo; y en la única ocasión en la que los samaritanos se muestran recelosos y no quieren recibir a Jesús (Lc 9,51-54), Jesús contiene la indignación de sus discípulos y muestra misericordia con los samaritanos, limitándose a ir a otro pueblo.
Con la ascensión del Señor comienza el testimonio de la Iglesia. Un testimonio que es responsabilidad de todos los cristianos. Jesús nos invita a preguntarnos dónde están hoy “los samaritanos”, para que les llevemos a Cristo; pero también nos invita a aprender de las muchas cosas buenas que tienen y a dejarnos instruir por ellos. La evangelización se convierte así en un movimiento de doble sentido, en el que todos damos y todos aprendemos. En las “Samarías” de hoy y “en los confines de la tierra” hay mucha expectación del Evangelio, aunque quizás ellos no lo sepan (y ahí está nuestra aportación); pero también hay mucho Evangelio para recibir (y ahí está nuestro aprendizaje y nuestra perspicacia para discernir).