May
Lo contrario del amor es el egoísmo
15 comentariosEspontáneamente muchos dirían que lo contrario del amor es el odio. Pero bien pensado el odio es una forma de amor, un amor frustrado, un amor que se siente rechazado. Los odios más fuertes provienen de los más fuertes amores. El odio se parece mucho al amor porque requiere una referencia a “otro”. Para odiar y para amar se necesitan, al menos, dos. Por eso, lo realmente contrario al amor es el egoísmo. Para esto basta uno solo. El egoísmo, al contrario del odio, no requiere de un “otro”, solo piensa en sí mismo, ignora a todos los otros. Para el egoísta no hay otros, solo cuenta el propio yo.
Recordemos la parábola del samaritano misericordioso. Los clérigos que pasan de largo, sin atender al herido, no le odiaban, no tenían motivo para ello, ni siquiera le conocían. Lo que les impidió amarle fue el egoísmo, el pensar en sus cosas, el no tener tiempo para el otro. El samaritano, por el contrario, deja de pensar en sí mismo, en sus planes, su trabajo, sus ocupaciones. De pronto parece que no tiene otra cosa que hacer que atender al herido.
La tentación es muy sutil: más que decirnos lo poco importante que es el otro, nos dice con mucha fuerza lo importantes que somos nosotros. Ese es precisamente el problema del hombre moderno, individualista y solitario: se resiste a que nadie le diga lo que tiene que hacer, sólo quiere escucharse a sí mismo; no mira a los otros, sólo se mira a sí mismo, así descubre lo mucho que vale. Sólo importa él, por encima de todo lo demás y a costa de todo lo demás.
Si la fuerza creadora de Dios es el amor, la fuerza destructora del misterio de la iniquidad es el egoísmo. Cristo desenmascara nuestros egoísmos, pone al descubierto los planes del mal. Cristo siempre, en su palabra y en su actuación, invita a desprenderse de uno mismo, pero no para perderse, sino para encontrarse en el otro. En la acogida del niño, del pobre, del hambriento, en la limpieza de corazón que permite mirar al otro con compasión y reconocimiento, en esas actitudes que nos sacan de nosotros mismos, ahí se ensancha nuestro corazón y encuentra sitio para los demás. Cuando solo nos miramos a nosotros, nuestro corazón se encoge y no tiene sitio para los otros.