Jul
Las únicas pasiones decentes
4 comentariosA pesar de los dicho en mi último post sobre el tráfico de seres humanos y las tragedias que este tráfico produce en el mar Mediterráneo, estoy convencido de que el bien supera con creces al mal. Decir lo contrario sería, además de un dato sociológicamente falso, negar la bondad de la obra de Dios. Incluso lo que hace posible el mal, a saber, la libertad, es uno de los mayores signos de la buena obra divina. Lo que ocurre es que hoy tenemos mucha información. Y por eso, estamos más enterados que en otras épocas de lo que ocurre a nuestro alrededor.
El estar más enterados no significa que haya más mal. Significa que estamos más sensibilizados. Y con la sensibilización aparece la gran pregunta: ¿qué podemos hacer? Al menos nos queda, en los países donde hay libertad de expresión, el derecho al pataleo, la posibilidad de manifestar el desacuerdo. Y si podemos ayudar, de un modo u otro, entonces nos queda la responsabilidad de hacerlo.
Lo he dicho y lo repito: hay ONGs que se preocupan explícitamente de las tragedias en el mar. También la policía y el ejército colaboran en tareas de auxilio y salvamento. Ellos nos honran. Pero no parece que el problema preocupe demasiado a nuestros políticos. Sin duda, tienen otras cosas de las que ocuparse. Esperemos que estas otras cosas redunden en bien de la gente. Porque lo ocurrido el pasado mes de mayo con un Centro de acogida de menores, que una congregación de monjas tenía en Segorbe, no dice mucho a favor de la señora política que mandó vaciarlo, a base de informaciones inexactas y no comprobadas.
Mientras unas mujeres, las monjas, se dedicaban a hacer el bien, la señora política pensaba en su prestigio personal, en contentar a sus votantes y en buscar el aplauso fácil del anticlericalismo más rancio. Los niños salieron llorando del Centro de Segorbe. Y en el colmo de la ironía, algunos de esos niños fueron albergados en otros centros de la misma Congregación que atendía el de Segorbe. En el colmo de la ironía y de la inconsecuencia, porque si malo era el de Segorbe, lo lógico sería suponer que igual de malos debían ser los otros centros de esta Congregación.
Las ideologías apasionan, sin duda. Pero lo que debe apasionarnos es la verdad. Con la verdad por delante se va a todas partes. Y se hace bien a la gente. Con las ideologías no. El dinero que se embolsan los comerciantes de carne también apasiona. Pero cuando algo apasiona a costa de la vida de las personas, es una pasión perversa. Las únicas pasiones decentes son aquellas que redundan en bien de las personas.