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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

13
Oct
2014

Las dificultades pueden madurar la fe

6 comentarios

¿Quién tiene una fe más madura, más sólida, aquel que en cuestiones de fe dice tenerlo todo clarísimo y nunca se plantea preguntas, o la persona que es consciente de las razones y argumentos que se alzan contra la fe? Una pregunta similar se la planteaba Tomás de Aquino y respondía que la segunda de esas personas era la que tenía más mérito al creer, porque creía siendo consciente de los obstáculos que se le plantean a la fe. Y hacía una interesante comparación con el caso de lo mártires: “cuánto contradice a la fe, sea por consideración humana, sea por persecución exterior, en tanto aumenta el mérito de la fe en cuanto pone de manifiesto una voluntad más dispuesta y firme en la fe. Por eso, el mérito de la fe es mayor en los mártires porque no abandonaron la fe ante la persecución; tienen asimismo mayor mérito los sabios, puesto que no abandonan la fe ante las razones aducidas contra ella por los filósofos o por los herejes”.

El Vaticano II se expresaba en una línea similar, cuando decía que “las dificultades no dañan necesariamente a la vida de fe; al contrario, pueden estimular la mente a una más cuidadosa y profunda inteligencia de aquella”. Dicho de otro modo: la fe en Dios se purifica y se conforta mirando de cara a lo que la rechaza. Y, a la inversa, no puede encontrar ningún vigor, y tal vez hasta carece de veracidad, si huye de lo que puede negarla. La fe cristiana no tiene miedo a la confrontación, precisamente porque está convencida de su fuerza y de su verdad. Por tanto, aquellos que pretenden defender la fe de los creyentes, escondiendo o negando aquellas realidades o dificultades que pueden cuestionarla, no prestan un buen servicio a la vida cristiana. En el fondo, no confían en la fuerza y la luminosidad de la fe.

De hecho, han sido las herejías las que han hecho avanzar el dogma, porque han obligado a la ortodoxia a reflexionar con más finura y precisión. Deberíamos estar agradecidos a aquellos que nos hacen caer en la cuenta de nuestras incoherencias o de nuestras debilidades; y a aquellos que nos manifiestan su incomprensión ante la falta de consistencia o claridad de nuestras explicaciones. La fe no se defiende a base de autoridad, sino a base de buenos argumentos. Un buen baremo para saber si uno avanza en el conocimiento de la fe es el deseo de tener una mayor formación teológica, el deseo de saber más, de buscar mayor precisión, de conocer los motivos a favor y en contra de la fe.

Es posible que algunos pastores o catequistas prefieran dirigirse a creyentes sin formación. Pero esta actitud solo demuestra la falta de respeto por aquellos a quienes uno se dirige y la ignorancia de esos pastores, una ignorancia que suelen suplir con apelaciones a la autoridad o recurriendo a la letra de los catecismos.

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Mercedes
13 de octubre de 2014 a las 15:20

Mi accidentada biografía me ha servido para purificar mi fe . Le doy gracias a Dios por ello .Así mismo , estoy adquiriendo una mayor formación teológica ...
y como Job , también digo que, si aceptamos de Dios lo bueno , porqué no hemos de aceptar lo malo ?

Juanjo
13 de octubre de 2014 a las 20:28

Cierto. En algunos ambientes todavía sigue estando "mal visto" el hecho de pensar, de razonar, de estudiar, en definitiva de intentar comprender mejor el Misterio de Dios. Parece que la credulidad sea el ideal de piedad y de la humildad idealizada por algunos.
Se sigue teniendo miedo a la formación, por parte justamente de quien, muchas veces no posee la necesaria formación. (Más fácil para ellos). ¡Qué inadvertido pasa la recomendación del Concilio Vaticano II sobre la debida formación de los laicos y de los catequista y responsables de la formación!. Parece que bastase solamente el voluntarismo....

Mercedes
13 de octubre de 2014 a las 20:31

Perdón: , por qué

José María Valderas
14 de octubre de 2014 a las 13:57

Ha coincidido en el tiempo fray Martin tu post sobre las dificultades de la fe --su depuración-- con la "relatio" del Sínodo. Sin ironía dejé aquí manifestado que las declaraciones del Pontífice actual eran una bendición porque permitían acotar el alcance de la infalibilidad. No todo lo que dice el Papa es doctrinalmente válido.

Me quedé sorprendido (más bien horrorizado) por la relatio. No había una doctrina clara, o yo no la he encontrado, sino un elenco de situaciones o casos de la moral considerada típicamente de confesionario jesuita. No tiene ningún valor doctrinal, porque está ayuna de doctrina. Por lo disparatado de sus enfoques es en muchos aspectos es más bien olvidable. Pero eso también robustece, desde mi punto de vista, la fe. La purifica. No quisiera ser cruel ni injusto, pero mueve a risa decir que se mantiene la doctrina moral sobre el matrimonio y la familia, y luego detallar a continuación una suerte de contrafactuales que lo desmienten. Podían haber sido más sutiles. Pero todo es bueno porque obliga a refinar nuestros esquemas mentales y ahondar en las enseñanzas dimandas del Evangelio y vividas y desarrolladas en la Tradición.

Anónimo
14 de octubre de 2014 a las 20:19

El miedo es un virus más demoledor que el ébola. Atenaza mentes y corazones. Impide avanzar al ritmo de los tiempos, ahogando la vida que se manifiesta viva, diversa. Como las diversas formas de amor en La Iglesia, entre católicos. Que sepamos acoger "las sorpresas de Dios", con esa primera mirada limpia y transparente, en nuestras comunidades eclesiales. No es tiempo de estatuas de sal.

Valero
15 de octubre de 2014 a las 16:15

Hay en mi vida una persona muy querida y cercana, que padece desde hace años una grabe depresión y con frecuencia se queja del abandono de Dios. Su grito me lleba a hacerme preguntas y siempre le respondo -y me respondo-, que a pesar de las aparicencias, Dios es un Padre lleno de ternura que no la abandona ya que ha puesto en su vida, un marido al que Dios le ha concedido la gracia de amarla a ella, más que así mismo y que no se espanta ni se acobarda de convivir cada día con su sufrimiento. En esos momentos de crisis, y son frecuentes, mi fe se reafirma, en una especie de empecinamiento interior que certifica en mi corazón que Dios es infinitamente bueno y se cuida de sus hijos.

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