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La verdadera esperanza
6 comentariosCon el adviento llega la segunda encíclica del Papa. Sobre la esperanza cristiana. Un texto bien escrito, para leer despacio si se quiere entender, fundamentado bíblicamente, más teológico que pastoral, en diálogo con la cultura y filosofía modernas. Puestos a intentar una síntesis diría lo siguiente: en este mundo hay cosas buenas y malas; las buenas son siempre provisionales y nunca acaban de satisfacer; las malas, en ocasiones, imposibles de arreglar. ¿Qué podemos, pues, esperar de este mundo? Sólo en Dios hay esperanza, una esperanza segura, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente, aunque sea fatigoso, porque para quien tiene futuro se hace más llevadero el presente.
El Papa toca temas importantes relacionados con la teología de la esperanza. No está todo, pero lo que hay es bueno: la sociedad actual no es la ideal; los cristianos pertenecemos a una sociedad nueva, que anticipamos con nuestro modo de vivir; Cristo nos indica qué debemos hacer para ser verdaderamente humanos y el camino más allá de la muerte; por la fe ya están presentes en nosotros las realidades que esperamos (al desarrollar este punto aparece la única alusión a Tomás de Aquino). Muy importante: la esperanza cristiana siempre es plural, no espera uno para sí sólo, espera con los demás y para los demás; sin esta dimensión comunitaria no hay auténtica esperanza. La esperanza nos une como “pueblo”, presupone dejar de estar encerrados en el propio yo; tiene que ver con la edificación del mundo; pero siendo bien conscientes de que ni el progreso, ni la revolución, ni la ciencia, ni la política son soluciones definitivas; pueden abrir incluso nuevas posibilidades para el mal, para ir “de la honda a la superbomba”. El progreso y la razón necesitan de la fuerza salvadora de la fe, que permite discernir entre el bien y el mal; junto a la razón técnica necesitamos una “razón realmente humana”. La oración es lugar de aprendizaje de la esperanza, es expresión de nuestro deseo. Destaco finalmente algo importante: no puede haber justicia para las víctimas y para los sufrimientos del pasado (y también del presente) sin resurrección de los muertos.