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La tortura del tatuaje
1 comentariosMe escribe Concepción Merí, Licenciada en Teología y en Psicología, y me sugiere una idea “para desengrasar del Sínodo”. Como es buena, casi me aprovecho de sus propias palabras.
Llama la atención -dice Concepción- la necesidad imperiosa que sienten varones y mujeres, de todas las edades, de someter su cuerpo a torturas como la de tatuarse, poniendo en riesgo su salud física, ya que se ven expuestos a toda clase de infecciones. Incluso algunas mujeres que se han tatuado la zona lumbar, no pueden acceder a la anestesia epidural, en caso de necesitarla, ya que no pueden inyectarse sobre la tinta del tatuaje, por ser tóxica.
El tatuaje, además de una moda pasajera y nociva, es un reflejo de la disociación que provoca la cultura de la imagen. Cuando se asume que el cuerpo es vasija de lo sagrado (¡templo del Espíritu! dice san Pablo), cuando cuerpo, mente y espíritu se viven de forma unitaria, se tiende espontáneamente a cuidar el cuerpo, a no dañarlo, a no hacerlo sufrir innecesariamente. Ya la vida trae enfermedades y circunstancias que obligan a someterlo a una batería de protocolos de técnicas hospitalarias invasivas.
El verdadero culto al cuerpo proviene de saber que nos ha sido dado como herramienta transmisora de vida, para hacer el bien, que es la belleza más profunda. El verdadero significante corporal es la Vida que contiene, transmite y comparte. Y brota del interior, no de significantes en tinta sobre piel. Unos ojos sonrientes y acogedores significan aquello que no se ve, comparten la alegría de amar, esa luz del amor que se transmite al otro mirándole, acogiéndole. Tatuaje perenne y sin efectos secundarios.
Acabo con una alusión distinta al Sínodo sobre la palabra de Dios, palabra compartida en gran parte con nuestros hermanos judios, que acaban de celebrar el Yom Kipur (día del perdón, en el que Moisés recibió las segundas tablas de la ley en el monte Sinaí). De ellos hemos recibido un texto del Deuteronomio, Shema Israel, que ha inspirado una conmovedora canción de Sarit Haddad: “Cuando el corazón llora, sólo Dios escucha”. Los subtítulos están en castellano.