Sep
La ley no salva
8 comentariosTodo grupo humano necesita un mínimo de organización. También la Iglesia y las instituciones religiosas. Pero una cosa es el buen orden en los grupos y en las instituciones y otra hacer de la religión un conjunto de normas y preceptos que, para colmo, se consideran salvíficos. San Pablo, en sus cartas, dejó muy claro que la salvación ofrecida por Dios en la cruz de Cristo reemplazaba definitivamente a la obediencia a la ley como medio de justificación ante él. Por ser oferta de amor, encuentro y reconciliación, la salvación es gratuita. Pretender obtenerla por el cumplimiento de una ley sería desvirtuar totalmente su gratuidad. Si la salvación no depende del cumplimiento de la ley, eso significa que Dios pone la salvación a disposición de todos los hombres, sin condiciones onerosas. Sin ley, la salvación puede ser universal.
Por otra parte, la liberación de la ley abre a la universalidad del cristianismo. Deberíamos recordarlo cada vez que buscamos signos unificadores de la fe en la liturgia, en las costumbres o en la teología. Precisamente lo propio del cristianismo es su capacidad de adaptación a nuevos lenguajes y culturas. Liberados de la ley, podemos ser universales. Una uniformidad impositiva es colonización. No hay un único modo de celebrar, de explicar la fe, de organizar la parroquia, de vivir en comunidad. El pluralismo como principio forma parte de la universalidad del Evangelio, para todos los hombres, de todos los tiempos y culturas.
La ley, dice también san Pablo, encuentra todo su sentido en el único precepto del amor. El mandamiento del amor, que reemplaza a la ley, tiene capacidad primero de relativizar normas, de orientar todo en función del bien de la persona, y luego de adaptarse a distintas circunstancias. Si la ley de Dios es ley de amor, no puede confundirse con el derecho religioso y, mucho menos, con el derecho del más fuerte. Cuando se trata de cuestiones organizativas y, sobre todo, de leyes que afectan sólo a la persona, por ejemplo determinadas leyes sobre alimentos o costumbres piadosas, no convendría vivirlas como un carga que culpabiliza a quien no las cumple. Se trataría más bien de cumplirlas como personas libres bajo la gracia.