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La Iglesia que nace del Crucificado
3 comentariosLos escritores cristianos antiguos repiten con frecuencia que la Iglesia nace del costado de Cristo crucificado. De este costado, según dice el evangelista, brotó sangre y agua, signo de los dos sacramentos (el bautismo y la eucaristía) que constituyen la Iglesia. Del mismo modo que, de la costilla de Adán, Dios sacó a una mujer, valdría decir que del costado del Crucificado, Dios saca a la Iglesia, esposa de Cristo. Pero si es verdad que la Iglesia nace de la cruz, entonces sólo cuando la Iglesia se solidarice con todos los crucificados de la tierra, quedará manifiesta su marca de origen. El nacimiento es determinante del desarrollo. No es posible que de un árbol bueno salgan frutos malos. El árbol de la cruz tiene que dar frutos en consonancia con lo que él es. Y los frutos, si son buenos, alimentan con la savia que viene del árbol.
Por otra parte, si en la Cruz de Cristo Dios ha dicho la decisiva palabra para la salvación del mundo, entonces los efectos de la cruz permanecen para siempre. El hecho de que siempre habrá Iglesia se basa en el carácter definitivo del acontecimiento de Cristo. Pero de ahí no es posible deducir cómo tenemos que configurar la Iglesia y como será su futuro. Somos nosotros los que, mirando al Crucificado, pero también mirando a los crucificados de la tierra, tenemos que construir una Iglesia en consonancia con la vida de Jesús. La promesa de que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia no incluye que los países y territorios que una vez fueron cristianos, lo seguirán siendo, ni tampoco incluye la garantía de que un día la mayor parte de la humanidad será cristiana.
La esperanza que se fundamenta en la cruz es una esperanza crucificada. Excluye, por tanto, toda forma de Iglesia triunfante. Más aún: la pobreza y la persecución son características de la Iglesia de Cristo. El futuro de la Iglesia sólo puede ser un futuro en el que ella, aunque atribulada, no quedará aplastada; aunque desconcertada, no desesperará; aunque perseguida, no será aniquilada (cf. 2Co 4,8-9). Podríamos añadir: aunque minoritaria, será luz para la mayoría. Cuando esto ocurra se manifestará en ella la vida de Jesús (cf. 2Co 4,10-11), la vida que nace del costado del Crucificado.