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La fe, don de Dios y tarea humana
4 comentariosCondiciones para creer y condiciones de la fe. Estos fueron los títulos que provocaron las reflexiones de los dos post precedentes. Se dice (y se dice bien) que la fe es un don de Dios. Pero eso no quita que sea también una tarea humana. En esta tarea humana están implicadas dos instancias: la del propio joven llamado a la fe, y la de la comunidad eclesial, responsable de presentar la fe al joven, empezando por su familia, la primera Iglesia que el joven conoce. Un gran pensador medieval, Tomás de Aquino, decía que la gracia presupone la naturaleza. Dicho en términos más actuales: el encuentro con Dios pasa siempre por caminos humanos. La fe requiere de unos presupuestos, de una tierra buena que facilite, por una parte su aparición y su desarrollo y, por otra, su conservación.
La fe es y siempre será un acto libre del que, en última instancia, es responsable cada uno. Pero eso no debe hacernos olvidar que también somos responsables los unos de los otros. En todos los ámbitos de la vida. También en el de la fe. Cuando la cadena humana transmisora de la fe se enfría, cuando la Iglesia no se presenta como una instancia abierta, tolerante, comprensiva, cercana, capaz de expresarse con el lenguaje de los jóvenes, de encontrar en los modos y modas que hoy marcan la vida juvenil anhelos de vida y de amor, cuando no sabe valorar el lado bueno de las reacciones desconcertantes de nuestros jóvenes, cuando parece que solo tiene palabras de condena, o que solo le interesa el sexo; cuando no ofrece razones para vivir y esperar, cuando en vez de puentes levanta barreras, entonces esta Iglesia necesita convertirse, renovarse y descubrir la belleza de un Evangelio sin fronteras, abierto a todas las culturas y a todas las vidas.
El objetivo de la renovación es la evangelización. Para llegar a los jóvenes hay que tender puentes, acogerlos y comprenderlos. No para aprobar todo lo que ellos dicen o hacen, pero sí para descubrir el lado bueno de lo que dicen y hacen y, a partir de ahí, llevarles a metas más sólidas y hasta más exigentes. En definitiva, para invitarles a un encuentro personal con Jesucristo, el único capaz de saciar sus anhelos y de responder a sus preguntas, dudas e inquietudes.