Sep
La carrera continúa
1 comentariosPara caracterizar la vida cristiana san Pablo utiliza el símil de la carrera. Una carrera en la que todos pueden ganar, y en la que el premio es la meta misma: conocer a Cristo y el poder de su resurrección (cf. Flp 3,10-16). En las carreras de larga distancia es necesario que haya etapas. Esta imagen, carrera con etapas, resulta oportuna ahora que vamos a comenzar un “nuevo curso”, porque de algún modo indica que seguimos por un camino ya trazado y bien comenzado: “desde el punto a donde hayamos llegado, sigamos en la misma dirección” (Flp 3,16). Pero la carrera por etapas indica también que en el camino nos trazamos nuevas metas parciales, que nos confirman que estamos en el buen camino, nos muestran que vamos avanzando y nos estimulan a mantener un buen ritmo en lo que resta de carrera.
A nivel eclesial, en este nuevo curso, nos vamos a encontrar con dos etapas, dos acontecimientos que no convendría que pasasen desapercibidos. Uno la celebración de la Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre “la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”, durante el mes de octubre. El otro lo celebraremos durante todo el curso. Se trata del año paulino, que Benedicto XVI inauguró el pasado 28 de junio. Los dos son una buena ocasión para cobrar conciencia de la importancia de un buen conocimiento, serio y crítico, de la Sagrada Escritura, que evite fundamentalismos; y para aprender a distinguir el mensaje salvífico que se encuentra en la Escritura de las estilos literarios con los que se expresa.
Ambos acontecimientos son también una ocasión para profundizar en los grandes temas bíblicos y así fundamentar la vida espiritual en un buen conocimiento de la Escritura. La piedad no es criterio de lectura de la Escritura, es la Escritura la que debe orientar nuestra piedad. A veces me encuentro con personas que dicen: “a mi este texto me dice”, o “yo lo veo así”. Y está muy bien eso de que el texto nos diga algo. Pero si eso que nos dice no se corresponde con lo que el texto dice, o al menos, con algo de lo que en el texto se encuentra, pasamos de largo por lo que dice la Palabra de Dios y nos guiamos por nuestra imaginación, tantas veces engañada. Ya decía San Agustín: “óptimo ministro tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera cuanto a querer aquello que de ti oyere” (Confesiones, X, 26,37).