Dic
Jesucristo, Palabra del Padre, nacido de María
2 comentariosContinúo ofreciendo algunas reflexiones sobre el misterio de la Encarnación, inspiradas en Tomás de Aquino. Me baso en una obra catequética del santo doctor, su Comentario al Símbolo de los Apóstoles. Para explicar un aspecto del misterio trinitario, a saber, que el Hijo ha nacido del Padre, el Maestro de Aquino nota que la generación en el seno de Dios no puede entenderse del mismo modo que la generación humana, aunque algunos aspectos de la generación humana ayudan a entender la divina. Y así, utiliza la analogía del pensamiento, que para entenderse concibe una palabra. El alma, pensando, engendra la palabra. Viene entonces la aplicación al misterio trinitario: El Hijo de Dios es la Palabra del Padre, una Palabra concebida interiormente y, por tanto, de la misma naturaleza del Padre, del mismo modo que la palabra pensada es de la misma naturaleza del alma que piensa.
Ahora viene la aplicación al misterio de la Encarnación. Da por sentado que “nada es tan semejante al Hijo de Dios como la palabra concebida en nuestra mente y no proferida”. Y añade: “nadie conoce la palabra mientras permanece en la mente del hombre, si no es aquel que la concibe”. Al ser proferida o pronunciada es conocida. “Y así, el Verbo (Palabra) de Dios, mientras permanecía en la mente del Padre no era conocido sino por el Padre; pero ya revestido de carne, como el verbo se reviste con la voz, entonces se manifestó y fue conocido”. O sea, la carne, la humanidad de Jesús es la voz de la Palabra de Dios.
Pero hay más, pues la palabra se conoce por el oído; y, sin embargo, a la palabra no se la ve ni se la toca; pero si se escribe en un papel, entonces sí se la ve y se la toca. Así la Palabra de Dios no se pudo ver ni tocar hasta que fue escrita en un cuerpo como el nuestro. Lo que aparece en un escrito (en una carta, por ejemplo) es la palabra que yo le dirijo a otro. “Así, el hombre al que se unió la Palabra de Dios, se llama Hijo de Dios”. O sea, la humanidad de Jesús es el escrito que utiliza la Palabra de Dios para llegar a nosotros, un escrito que tiene una libertad y una iniciativa de la que no goza el papel.
A partir de ahí se me ocurren otras reflexiones. Cuando la teología se pregunta si cualquiera de las personas divinas pudo encarnarse y responde que sí, me parece que habría que matizar. La persona divina a la que le corresponde encarnarse sería no una cualquiera, sino esa persona que, por ser Palabra, tiene tendencia a ser dicha y a ser escrita.