Jun
Interés de la fórmula "creación de la nada"
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En el post anterior afirmé que la fórmula “creación de la nada” debe ir precedida de la fórmula “creación por amor y desde el amor”. Dicho esto, la fórmula “creación de la nada” tiene su sentido y su interés. Bien entendida también va en línea de la creación por amor, un amor gratuito, libre, no condicionado, como son no condicionados los verdaderos amores. Decir que Dios crea de la nada no es una afirmación filosófica, pues entonces hasta pudiera resultar absurda: ¿cómo va a salir algo de la nada? Es una afirmación de fe. Significa que el Dios trascendente crea una realidad completamente distinta a la suya propia, y que crea esta realidad libremente y no condicionado por nada; ninguna realidad, ninguna materia preexistente condiciona a Dios al hacer surgir el mundo y el hombre. “Dios crea sin requisito previo alguno. No existe necesidad exterior alguna que motive su actuación creadora, ni coacción alguna que le determine. Tampoco se da materia primigenia alguna que ofrezca una potencialidad a su actividad creadora o que trace unos límites materiales a esa actuación” (dice el teólogo J. Moltmann).
Que Dios sea Creador significa que no es un Dios solitario, que se complacería en sí mismo de un modo narcisista, o un Dios incomunicado, olvidadizo de sus criaturas. Por el contrario, es un Dios que invita a participar de la vida. El Dios que todo lo ocupa y todo lo invade, deja espacio, hace sitio para el hombre, aunque este hacer sitio no sea una retirada, pues él siempre está presente sosteniéndolo todo desde dentro, por medio de su Espíritu. Ocurre que el “estar presente” en todo, propio de Dios, se realiza al modo de Dios, y por tanto, no de modo material, pues la materia, además de ocupar un lugar que otro no puede ocupar, siempre es limitada. La presencia de Dios es espiritual. Precisamente porque Dios desborda los límites de lo creado, el Universo no puede contener a Dios. Es Dios el que contiene y sostiene el Universo. A este respecto el Papa Francisco ha escrito: “Hemos dicho tantas veces que Dios habita en nosotros, pero es mejor decir que nosotros habitamos en él” (Gaudete et exultate, 51).