7
Dic
2006Dic
Inmaculada
4 comentariosSi el pecado original consiste en la acción inevitable de una atmósfera que nos inclina fatalmente a una cierta adhesión y a una cierta conformidad con un estilo de vida objetivamente pecaminoso, ¿qué significa, en el caso de María, una preservación de tal acción desde el primer instante de su concepción? Dios no evita que María sea tentada. Le otorga una gracia que le permitirá resistir a estas fuerzas del mal con las que inevitablemente se encontrará a lo largo de su vida.
El privilegio de la Inmaculada no hay que entenderlo como una especie de coraza con la que un soberano caprichoso envolvería a María. Dios, que fija libremente la medida de sus dones, ha dado a María una sobreabundancia de vida religiosa, una plenitud de caridad única. Este es el lado positivo de la doctrina de Pio IX sobre la Inmaculada, que concluye con un dogma formulado en términos negativos. El amor de Dios, otorgado a María en su concepción, se convirtió en amor acogido cuando despertó la conciencia de María. Dios hizo que la atmósfera pecadora que inevitablemente envolvió a María no encontrase en ella la menor complacencia. Podemos suponer que el medio familiar en el que ella creció era piadoso y santo y favoreció su crecimiento espiritual. Pero, tarde o temprano, ella se encontró en presencia del pecado y de sus tentaciones, como también ocurrió con su Hijo. Entonces la fuerza de su amor por Dios le preservó de tota complicidad, por pequeña que fuese. El torrente que puede derribar una casa construida sobre arena, no pudo con una casa construida sobre roca.
El privilegio de la Inmaculada no hay que entenderlo como una especie de coraza con la que un soberano caprichoso envolvería a María. Dios, que fija libremente la medida de sus dones, ha dado a María una sobreabundancia de vida religiosa, una plenitud de caridad única. Este es el lado positivo de la doctrina de Pio IX sobre la Inmaculada, que concluye con un dogma formulado en términos negativos. El amor de Dios, otorgado a María en su concepción, se convirtió en amor acogido cuando despertó la conciencia de María. Dios hizo que la atmósfera pecadora que inevitablemente envolvió a María no encontrase en ella la menor complacencia. Podemos suponer que el medio familiar en el que ella creció era piadoso y santo y favoreció su crecimiento espiritual. Pero, tarde o temprano, ella se encontró en presencia del pecado y de sus tentaciones, como también ocurrió con su Hijo. Entonces la fuerza de su amor por Dios le preservó de tota complicidad, por pequeña que fuese. El torrente que puede derribar una casa construida sobre arena, no pudo con una casa construida sobre roca.