Sep
¡Iglesia servidora!
2 comentariosLa tentación de usar el ministerio para el propio prestigio está siempre presente. De ahí la necesidad de estructuras sinodales que corrijan fraternalmente los abusos que puedan darse. Estas estructuras sinodales actúan, a veces, democráticamente, para elegir a los ministros o a los responsables de la comunidad. El Obispo de Roma es elegido por un colegio. Se puede discutir el modo de formar parte de este colegio electoral del Obispo de Roma. Pero la cuestión de fondo seguirá siendo esta: el Obispo de Roma no es el que “toma” el poder, sino el que “recibe” un encargo. Este colegio elector del Obispo de Roma es equivalente a otros colegios electores que elegían a los Obispos diocesanos. Durante mucho tiempo fue el “cuerpo” de los canónigos el que elegía al Obispo. Recordarlo es un modo de plantearse si no habría que recurrir de nuevo a algunas instituciones que el tiempo ha ido relegando.
Las Ordenes y Congregaciones religiosas, con las que está enriquecida la Iglesia, también funcionan democráticamente, de distintas maneras y con distintas perspectivas. En todas ellas, el Superior mayor siempre es elegido por un colegio representativo del resto de los miembros de la Congregación. Más aún, estos superiores religiosos tienen fecha de caducidad, o sea, son elegidos por un tiempo determinado. Eso no les quita ninguna autoridad. Recordarlo es otro modo de plantear si no habría que extender esta temporalidad a otros ministerios importantes en la Iglesia, sin restarles un ápice de su autoridad.
En cualquier caso, en la Iglesia no se trata de jerarquía, democracia, sinodalidad o cualquier otro modo de organizarse. En la Iglesia se trata de otra cosa: de recordar que todos estamos para servir. Empezando por los que tienen mayores responsabilidades o por los que resultan más visibles dentro del organismo eclesial. Porque una Iglesia que no sirve, sino que domina; que no practica la misericordia, sino la exclusión; que no ofrece esperanza, sino condenas, no responde a la voluntad de Jesús. Todos en la Iglesia estamos llamados a construir el Reino de Dios y a vivir fraternalmente. Esta fraternidad es el signo distintivo de los discípulos de Jesús: en eso, y solo en eso, en que vivimos como hermanos, se conoce nuestra pertenencia a Cristo.