Jul
Identidad y sociabilidad
3 comentariosCada uno tenemos conciencia de nuestra identidad: yo soy yo, y no hay otro como yo. Soy único, distinto a los demás. La identidad me hace único. Miguel de Unamuno decía de sí mismo: “soy especie única”. Cierto, hoy vivimos en una sociedad consumista, economicista y pantallizada, que pretende que todos pensemos lo mismo, consumamos lo mismo y hagamos lo mismo. Hay mucho de atinado en estas palabras de Byung-Chul Han: “nos hemos convertido en un miserable rebaño, vivimos en un redil digital”, y no abandonamos el redil porque en él encontramos nuestro alimento.
No es menos cierto que en este rebaño digital proliferan los insultos, las descalificaciones, las mentiras, amparados por el anonimato y el muro de la pantalla. Estamos más conectados que nunca, pero no estamos unidos. Y no lo estamos porque termina prevalenciendo una tendencia innata que, en sí misma es buena, pero muchas veces se corrompe, y cuando se corrompe lo bueno aparece lo pésimo, a saber, la afirmación de mi mismo (esto es bueno) a costa del otro (ahí está lo pésimo).
Esta afirmación de mi mismo a costa del otro no es sólo característica de los individuos, sino también de las colectividades. Aparecen entonces las enemistades, los enfrentamientos, las guerras, que pueden tener diferentes grados de gravedad y siempre conducen a separaciones que, a veces, resultan insalvables. Estas diferencias y enemistades se dan a todos los niveles, entre distintos grupos; y dentro de los mismos grupos, entre distintos individuos. Desgraciadamente, incluso dentro de esa sociedad fraterna, por definición, que es la Iglesia.
No hemos sido creados para el asilamiento o el ensimismamiento. Los seres humanos hemos sido creados como seres sociables, como personas llamadas al amor: “el hombre es, por su íntima naturaleza, un ser social” (Gaudium et Spes, 12); por eso “no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium et Spes, 24). Precisamente porque hemos sido creados a imagen de Dios, y Dios es Comunión porque es Amor. Sólo cuando vivimos la comunión realizamos aquello que somos, imagen de Dios. Ahora bien, la comunión, que es relación, presupone que, al menos, hay dos elementos. La relación presupone la diferencia y, por tanto, la no confusión.
Esta doble característica de lo humano, la identidad y la sociabilidad, o si se prefiere una identidad que sólo se realiza en la relación, hace que “el puente” sea elemento necesario para vivir esta doble e indisociable característica de lo humano. Hay puentes porque hay separación; y hay puentes porque es posible establecer una relación. Pero esta relación no puede establecerse sin que las dos partes separadas se pongan en camino. En el caso de la comunión interpersonal, o las relaciones entre los pueblos y naciones, no basta con que uno solo atraviese el puente; es necesario que las dos partes se pongan en camino, aunque siempre es posible que una de las partes recorra un trecho mayor que la otra.