Ago
Hacer política y declararse religioso
5 comentariosCreer o no creer en Dios, profesar una u otra religión, es un asunto condicionante de la vida. Sin duda, hay distintos niveles de creencia y de increencia. El tipo de religión, y el grado de convencimiento, de experiencia y de práctica religiosa, condiciona muchas tomas de posición que pueden parecer más o menos contradictorias con lo que se supone que debe pensar y hacer un “buen” religioso. No es menos cierto que algunos juzgan la bondad de la religiosidad en función de uno solo de los aspectos que se supone que conlleva la totalidad de la religión. Aspectos que, por añadidura, son susceptibles de distintas valoraciones. Si confieso que soy cristiano, matricular a mi hijo en un colegio no confesional, ¿es signo de que no soy un buen cristiano?
En algunas campañas electorales (¿en la de Estados Unidos de América?) se utiliza el tema religioso para invitar a votar en uno u otro sentido. Hay quién entiende que la confesión religiosa de un político (El nuevo Presidente de la Generalitat de Cataluña no oculta que es católico) tendrá influencia en sus tomas de posición. Muchas veces, en política, por muy buena voluntad que se tenga, se hace “lo que se puede”. Siempre cabe argumentar que cuando eso “que se puede” no es totalmente acorde con determinados principios religiosos, lo que tiene que hacer un político, si es buen religioso, es dimitir.
Los asuntos políticos son muy complejos. A veces una dimisión puede acarrear consecuencias peores para determinados asuntos religiosos que mantenerse en el cargo al precio de ciertas concesiones. Más aún, algunas críticas hechas en nombre de la religión a una decisión política son en realidad críticas condicionadas por otra posición política. Las mayores o menores dimensiones de una empresa, ¿es un asunto religioso o económico? El mayor o menor grado de autonomía de una sociedad, ¿es un asunto religioso o político? En estos asuntos no hay que olvidar que la misma concepción cristiana de la vida puede conducir a posiciones divergentes. Sin duda, hay tomas de posición políticas que pueden convertirse en “anti religiosas”, no por el asunto en sí (el mayor o menor grado de autonomía o la ampliación de capital de una empresa), sino por el modo de defenderse o de conseguirse (con violencia, por ejemplo, y no digamos eliminando al adversario).
La religión es el arte del amor. La política es el arte de lo posible. Y, en bastantes ocasiones, por no decir en todas, el voto busca el “mal menor”, o “el bien posible”. Las decisiones políticas son siempre susceptibles de cambio y de revisión. Un cambio político siempre convence más a unos que a otros, y disgusta más a unos que a otros. El modo de conseguir el cambio, por una parte, y el modo de asumir el disgusto que el cambio me provoca, por otro, puede ser más o menos religioso o más o menos anti-religioso.