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Genes poco recomendables
7 comentariosLos momentos previos que hicieron posible la realista encarnación del Hijo de Dios deparan alguna sorpresa. El evangelista Mateo ofrece la genealogía de Jesús, sus antecedentes familiares, sus genes (genes “metafóricos”, dicho sea para curarme en salud), que como bien sabemos siempre influyen en la personalidad. Pues bien, entre las abuelas y tatarabuelas de Jesús las hay muy poco recomendables. Una de las primeras, Tamar, se dedicaba a fornicar y quedó embarazada a consecuencia de ello. Otra era una prostituta bastante conocida. Se llamaba Rajab, y aparece nombrada varias veces en el Nuevo Testamento, lo que significa que alguna importancia le daban los autores de esos escritos. Hasta el punto de que la carta a los Hebreos presenta a esta ramera como un modelo de fe, porque prostituta y todo como era, también era acogedora y daba alojamiento a gentes en peligro (Hb 11,31).
Entre los varones destaca el pésimo ejemplo del principal y más conocido de los abuelos, David, del que Jesús desciende gracias a que “engendró, de la mujer de Urías, a Salomón” (Mt 1,6), haciendo matar al marido para evitarse problemas. No parecen genes muy presentables. No es de extrañar que, con estos antecedentes, Jesús se dedicara a acercarse a pecadores, prostitutas y gente de mal vivir. Los valoraba positivamente, sacando lo mejor que tenían, y los presentaba como modelos en los que fijarse. ¿Quién lo diría? ¡El mundo al revés! A los que despreciamos a estas personas y nos encanta acercarnos a otro tipo de gente que, como es de suponer, no tienen esa mala fama, nos hubiera gustado más otra genealogía.
Pero así es como Dios quiso acercarse a nosotros y transmitirnos su ADN. Porque, no lo olvidemos, “a los que le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios” (Jn 1,12). Somos hijos de Dios gracias a este Hijo que no se avergonzó de tener la familia que tenía. Para recordarnos que gentes como las de su familia, son hoy nuestros hermanos y hermanas, y como tales debemos acogerles. Dándoles el calor del alojamiento y no la indiferencia del alejamiento.