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¡Estar a muerte! ¿Estar a qué?
2 comentariosLos hay que dicen “estar a muerte” con no sé qué cosas, como si esta muerte les extasiase, subiéndolos a algún cielo. A muerte con un equipo de fútbol, la pandilla o la cofradía. Otros plantean dilemas jugando con la muerte: “patria o muerte”, “revolución o muerte”, “santidad o muerte” (divisa de un beato cuyo nombre ahora no viene a cuento). Los himnos patriótico-militares, que suelen ser cantos a la guerra, apelan a la muerte, como el que dice: “que morir por la patria es vivir”, o el que espolea al “novio de la muerte”. Esas descargas de adrenalina no son manifestaciones de seguridad, sino de odio. Y no conducen a ningún cielo; normalmente terminan con la muerte “del otro”. Jesús, más que de muerte, habla de “perder la vida”. Perderla para ganarla. Y perderla para que el otro viva. No es una pérdida que conduce a la muerte, sino una entrega que paradójicamente crea la máxima riqueza para los demás.
Esta creación de riqueza para el otro, redunda también en beneficio propio. Solo cuando hay reciprocidad hay felicidad. Si olvidamos al otro, si pensamos en destruirle, si solo pensamos en nosotros mismos, o en apartar a los otros de nuestro camino, no hay felicidad posible. Si caminamos solos (o con los de nuestra pandilla, que es otra manera de caminar solos), lo hacemos hacia el infierno. Yo no sé si el infierno está muy lleno (como a algunos les gustaría), pero si pienso que los que allí están, están muy solos. El cielo es comunión, encuentro, compartir, enriquecerme con los dones del otro. Si no somos capaces de acoger al diferente, no estamos preparados para ir a ningún cielo.
Más que “estar a muerte” hay que “estar en paz”. Y para estar en paz hay que tener paz. Pero no la paz que aísla, la paz de los muertos, sino la paz del que sabe convivir con unos y con otros, la paz del que busca comprender a los demás para ser también él comprendido. En cada eucaristía, antes de recibir al Señor, los cristianos nos damos la paz. Esto que vivimos en la reunión eucarística, estamos convocados a extenderlo por el mundo, y ser así un signo del amor de Dios a todos los seres humanos.