Jun
Espíritu santo contra espíritu de iniquidad
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Acabamos de celebrar la gran fiesta de Pentecostés. Y en ella hemos cantado que el Espíritu divino es luz que penetra las almas. Basta ver durante cinco o diez minutos los titulares de alguno de los informativos de cualquier canal de televisión para darse cuenta de que el espíritu que penetra las almas de muchas personas, empezado, por supuesto, por los poderosos de este mundo, no es un espíritu de luz, sino de oscuridad, porque todas sus obras parecen estar movidas por “el poder del pecado” (tal como dice el mismo himno que califica al Espíritu de “luz”). Hay, sin duda, noticias más graves y serias que otras. Las más graves son aquellas en las que hay fusiles: la guerra, en la que se entregan fusiles a muchachos de terceros países; la recogida de alimentos por personas hambrientas amenazadas con fusiles; personas rechazadas con fusiles por el mero hecho de ser distintas o por no tener papeles en regla. ¿Quién fabrica esos fusiles?
¡Qué importancia tienen los papeles en este mundo! El primer papel importante es el papel del dinero. Y sin embargo es bien sabido que con el papel no se come. Con el amor, aunque no lo parezca, sí se come, porque donde hay amor se comparte todo lo demás. El Espíritu santo divino es el que infunde el amor en nuestros corazones. El espíritu de iniquidad, del que habla la segunda carta a los tesalonicenses y que parece que mueve a muchos que se creen grandes de este mundo, solo infunde odio.
Los espantosos jinetes del libro del Apocalipsis (6,3-8) -la guerra, la codicia, la muerte- siguen marcando la historia de nuestro mundo. Por suerte, hay otro caballo y su jinete: “el vencedor que está preparado para vencer” (Ap 6,2). En medio de tanta desolación, los creyentes en Cristo pensamos que sigue siendo posible la esperanza, estamos incluso seguros de que el mal no puede tener la última palabra. Pero la esperanza es la virtud de los pacientes. La esperanza no ofrece resultados rápidos ni inmediatos. Actúa imperceptiblemente. Pero es la fuerza que sostiene a los que son de Cristo.
En la carta a los Romanos (8,5), san Pablo contrapone dos modos de vida: la vida según el Espíritu y la vida según la carne. Y en la carta a los Gálatas (5,19) deja muy claro cuáles son las obras de la carne, contrarias a las del espíritu, a saber, odios, discordia, celos, ira, ambición, disensiones y rivalidades. Y para que quede claro añade: quienes hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios. Para concluir: “si vivimos según el Espíritu” no nos provoquemos los unos a los otros, ni nos envidiemos mutuamente. Ahí tenemos el criterio para distinguir las obras del Espíritu santo de las obras del espíritu de iniquidad.