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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

13
Sep
2010

Especie única

8 comentarios

“Yo soy especie única” decía Miguel de Unamuno. Cada uno de nosotros es único, irrepetible, singular. He recordado la frase de Unamuno releyendo en el capítulo primero del Génesis que Dios creo la hierba del campo, los peces del mar y los animales de la tierra “según sus especies”. Sin embargo, el hombre no ha sido creado en masa, como se dice de las otras criaturas, sino aparte, como ejemplar único, y de cerca, por una palabra que Dios le ha dirigido personalmente. Allí donde no hay más que géneros de criaturas, de seres creados “según su especie”, aparece el primer nombre propio: Adán, creado “a imagen de Dios”, porque su destino no está hecho a la medida de un mundo creado ya hecho del todo. Cada uno ha sido elegido personalmente “antes de la fundación del mundo”, para ser “hijo adoptivo por medio de Jesucristo” (Ef 1,3-6).
 

Dios es libertad y amor, soberana gratuidad. El hombre ha sido hecho a su imagen porque es capaz de libertad y de amor, porque hay gratuidad en él. En eso mismo que constituye lo específico de la humanidad se encuentra la imagen de Dios. Se encuentra también en la capacidad que tiene el hombre de entrar en relación con otro, en la medida en que la relación implica libertad y elección afectiva; o también en la capacidad de dirigir la palabra a alguien, ya que esto equivale a reconocerle como semejante, capaz de establecer una alianza de amor conmigo. El hombre es imagen de Dios por su aptitud para salir de sí e ir hacia el otro, por su capacidad de dar la vida por amor.
 

Mientras las otras criaturas terrestres están sujetas a la necesidad, el hombre, por ser imagen de Dios, puede elegir y escapar de la necesidad que rige a los otros seres del mundo. El hombre es el único ser capaz de no permanecer tal como ha sido hecho, tiene poder para construir su propio porvenir original, capacidad de hacerse a sí mismo. Está siempre en devenir porque está secretamente trabajado por una alteridad que le atrae más allá de sí mismo, por una trascendencia que le invita a superarse más allá de los límites en los que están encerrados los otros seres. En este sentido cada ser humano es único, singular, especie única.

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Juanjo
14 de septiembre de 2010 a las 10:22

Me impactó, al respecto una frase en la introducción a un gran libro que dice "El hombre es la mejor prueba de que Dios existe".

¡Que bien captada está la idea! Cada día tengo más claro que no se puede pensar a Dios sin relación al hombre ni al hombre sin relación a Dios.

antropocentrismo depredador
14 de septiembre de 2010 a las 10:49

El ser humano parece olvidar el pasaje del Génesis : Y vió Dios que todo era muy bueno. Una mala interpretación del "dominad la tierra" nos lleva a una creación esquilmada por un ser humano depredador. Ya sufrimos las consecuencias. Bueno sería recordar el canto a las criaturas del de Asís. De acuerdo Martín en que fuimos creados únicos pero dentro de una creación, tambien obra de Dios. Un malentendido antropocentrismo desligado del resto de la creación nos está llevando a un lento suicidio colectivo: mares contaminados, especies que desaparecen por la contaminación industrial. Aumentan alergias y patologías de todo tipo por no saber qué respiramos y comemos. Se nos pedirá cuentas. No es cuestión de ecologistas frikis.
Criaturas del Señor bendecid al Señor.

lola
14 de septiembre de 2010 a las 11:57

En sus clases descrubi a Unamuno, me lo leo todo , y cada vez me gusta mas. Tal vez se puede aprender de este escritor y de cualquier hombre la imagen de Dios. Porque desde el mas grande pensador, hasta del mayor despojo humano, que te puedes encontrar tirado, abandonado e inutil en una cama, sin poder hacer nada, al que nadie quiere y a todos molesta, incluso mas en este ultimo a Dios. ¿Porque acaso no fue Dios mismo el que estuvo tirado, abandonado y asqueroso y no querido por nadie y aborrecido por todos?

Bernardo
14 de septiembre de 2010 a las 14:20

Creo que das en la diana, como siempre claro, al relacionar la unicidad y mismidad con la alteridad. Es la relación con el otro, con lo otro, la que nos hace ser nosotros mismos, la que nos permite ser lo que somos. La alteridad es la piedra angular de la mismidad, no como creyera Descartes que la mismidad es la que construye las otras mismidades por el reconocimiento. El que no alteriza, altera, diría el personalismo, porque es en la relación y por la relación por la que nace todo lo que existe. A propósito de esto, recuerdo las palabras de Hawkins sobre la posibilidad de que la gravedad explique la existencia del universo sin necesidad de recurrir a Dios. A mí me gusta decir que la gravedad es una de las expresiones del amor de Dios en el Universo. Que todo se atraiga es un reflejo del ser comunional trinitario.

JM Valderas
14 de septiembre de 2010 a las 22:51

Carísimo Martin. he dudado mucho antes de redactar ésta. Si tuviera tu correo electrónico particular, no sería pública. Tal vez por deformación profesional me pongo en el lugar de un biólogo que leyera tu post. No está escrito para biólogos, pero tampoco contra ellos. mLa metáfora de Unamuno es, amén de disparatada, innecesaria. No hay especie individual. Lo que él predica de la especie se dice del individuo, que además, hoy, sabemos singularizado en su genética, inmunología y neurología. Al biólogo le rechinaría llamar género a lo que tú llamas. ¿Qué diría un biblista? Que lo mismo que Dios creó la pareja humana, permitió que también se librara una pareja de cada especie. La singularidad vale, pues, para todo el reino animal. Por fin el altruismo, que da la vida por amor, abarca muchas especies; los biólogos llaman a ese fenómeno selección de parentesco o adaptación inclusiva. Tal vez, caro Martín, la teología necesite un filtro analítico que tan bien le ha venido a la filosofía. A eso es a lo que quería llegar. Pero tenía mis reservas de que se entiendiera mal. Y las sigo teniendo. Con afecto.

Martín Gelabert
14 de septiembre de 2010 a las 23:35

Carísimo Valderas: Tus intervenciones siempre son bien venidas. Ofreces un punto de vista que hay que considerar. Evidentemente cuando Unamuno dice: "yo soy especie única" no hace biología. Dice, de forma más o menos ingeniosa y provocativa, que cada individuo es singular e irrepetible. A la literatura, y no digamos a la poesía, se le permiten algunas licencias. Yo creo que alguna se le puede permitir también a la filosofía y a la teología. El lenguaje teológico tiene mucho de análogo. Un abrazo y gracias por tus aportaciones.

lola
15 de septiembre de 2010 a las 12:27

Pues incluso desde el punto de vista de la biologia somos unicos. O sino estudiiemos genetica. Nuestros genes son diferentes totalmente. Hoy conocemos completamente el mapa genetico, e incluso estudiandolo puedo saber que enfermedades va a padecer ese individuo. Solo soy medico, asi que no tengo idea como seran los mapas geneticos de las otras especies, en eso no puedo opinar. Pero la humana, cada individio desde el punto de vista de su genetca es unico e irrepetible. Excluyendo, claro esta a los gemelos univitelinos, tienen la misma genotipo, pero el fenotipo, los hara distintos. Si, la verdad es que cada vez me gusta mas la medicina y menos la teologia, no por nada, solo porque la primera es mas facil, de la segunda, aunque tengo el titulo colgado en la pared, no tengo ni idea, cada vez se menos, en cambio de medicina cada vez mas.

Desiderio
15 de septiembre de 2010 a las 13:37

Aunque creo que Unamuno no iba por ahí, creo muy acertado el comentario de JM Valderas. La teología debe crecer en diálogo con todas las disciplinas, y en ese sentido debe cuidar muy bien lo que dice para ser entendido por ellas (aunque, efectivamente, pueda permitirse algunas licencias, y tengamos claro que no habla en un lenguaje científico-técnico, o en todo caso, en su propio lenguaje científico). Yo destacaría lo importante que es la alteridad en nuestras vidas, el reconocimiento de esa alteridad y nuestro esfuerzo por llegar a ella. ¡Qué bonita la frase que apunta Juanjo! Y creo que sólo en la medida en que nos reconozcamos a nosotros mismos, lo más objetivamente posible, como un proyecto que se tiene que ir auto-haciendo desde la libertad y responsabilidad, podremos ir reconociendo al otro y sintiéndonos uno con él. Y todo ello mediante la comunicación. ¡Qué difícil es para mí el tema de la comunicación! Hablo de la comunicación profunda, íntima, que da vida.

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