Jun
¿En qué manos estamos?
4 comentarios
A la vista de tantos desastres que producen muerte uno se pregunta, con una cierta impotencia, en qué manos estamos. Lo ocurrido en la valla fronteriza de Melilla, con decenas de muertos y cientos de heridos graves, es un episodio más, el último y el más cercano, de tantas tragedias como ocurren en el mundo. Hay miles de personas africanas que se agolpan al otro lado de Melilla, buscando pan y dignidad. Son personas sin papeles, sin protección alguna, a las que la vida ha conducido a una situación desesperada. A medida que pasan las horas y tenemos nuevos datos, lo ocurrido en la valla resulta cada vez más penoso y escandaloso. La reacción de los gobernantes de una y otra parte de la valla es totalmente inaceptable, por no decir algo más fuerte. Aunque supongo que lo que yo diga no les importa demasiado. En realidad, no les importa nada.
¿Qué podemos hacer, además de protestar y de expresar nuestra consternación, ante esta y otras tragedias similares? Guerra en Ucrania con bombardeos en centros comerciales repletos de civiles, muertes en el mar Mediterráneo, alegatos a favor del aborto (y que conste que se puede comprender a las personas; lo que ya cuesta comprender son los alegatos políticos e ideológicos), y tantas otras formas de desprecio a la dignidad humana. Evidentemente, al lado de estas tragedias mayores, otros muchos problemas que padecemos parecen asuntos menores, aunque quizás sean estos asuntos menores lo que más nos preocupan: encarecimiento de los alimentos, de la electricidad, de la gasolina, listas de espera en la sanidad pública, mala gestión de los recursos, etc.
No estamos hablando de gente que viene a quitarnos lo nuestro. Estamos hablando de hermanos. Sin duda, hay modos de evitar o, al menos, de reducir la inmigración ilegal, como ayudar a los países de origen y luchar contra la corrupción en estos países. Aunque cuando se habla de este tipo de soluciones, vuelve a surgir la pregunta de en qué manos estamos y cuáles son los intereses que condicionan las relaciones entre los estados.
Al menos, en la medida en que tratar a los demás dependa de nosotros, de usted que hace el honor de leerme y de mí, al menos en esta medida, recordemos la regla de oro: trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti. No como te tratan, sino como te gustaría que te trataran.