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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

16
Mar
2008

El rostro de Jesús crucificado

2 comentarios

Para la mirada de la fe, en el rostro de Jesús crucificado resplandece la gloria de Dios. La gloria de Dios, como dijo San Ireneo, es que el hombre viva. Y el ser humano vive por el amor. En Jesús Crucificado se manifiesta con toda su fuerza el amor de Dios: “el Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mi”. Este amor se concretiza en un triple don: el don del perdón, el don del Espíritu Santo y el don de la fraternidad. Jesús muere perdonando a sus enemigos: “Padre, perdónalos”; más aún, justificándolos, pues ofrece una buena razón para este perdón: “no saben lo que hacen”. Jesús muere entregando el Espíritu Santo: no nos deja huérfanos, su Espíritu permanece con nosotros. Y Jesús muere dejándonos el don de la fraternidad. En el coloquio que al pié de la cruz se instaura entre Jesús, el discípulo amado y su Madre, hay una realidad teológica fecunda: por una parte, el discípulo acoge a María entre sus bienes espirituales. Pero hay más: pues la mujer-madre, María, es imagen de la Iglesia. Jesús deja la Iglesia al discípulo. La última palabra de la cruz es la fraternidad, que debemos y podemos vivir en la Iglesia, simbolizada en María.

Es importante notar la esperanza con la que muere Jesús, esperanza que es un anticipo de la resurrección. La cruz como entrega de la vida nos abre a la fecundidad de la vida entregada. La resurrección, lejos de ser un correctivo de la cruz, es la autentificación de una vida: el que entrega su vida, ese la gana. En la resurrección queda claro que vidas como la de Jesús son las que tienen futuro, las que Dios acoge. Dios en la resurrección da la razón a Jesús y nos dice a todos nosotros que, en el seguimiento de Cristo, también podemos encontrarnos con la vida para siempre, la vida definitiva en Dios.

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Oscar P.
17 de marzo de 2008 a las 13:01

Como comentario teológico resulta muy sugerente su artículo. Quizá desde el punto de vista de la historia habría que hacer alguna matización. No resulta muy verosimil que pudiera establecerse ningún diálogo entre Jesús, su madre y el discípulo, dado que los romanos impedían que los asistentes se acercasen a los condenados. Y, además, Jesús debía estar tan roto, tan maltrecho, que es difícil que pudiera darse cuenta de quienes estaban allí. En esto me parece que está incluso en juego la dramática seriedad de la pasión.

Anónimo
18 de marzo de 2008 a las 22:53

La frase completa de san ireneo es "La Gloria de Dios es el hobre que vive(viviente)y la Gloria del hombre es la visión de Dios".
La teología del Evangelio de Juan nos invita a la esperanza pero también nos pueden llevar a "un Jesucristo/Dios que como sabe lo que va a pasar ni se inmuta por la situación ...muy diferente a la teología de Marcos(que tal vez sea menos bonita para hacer catequesis)pero que para mi limitada opinión está más cerca de lo que vivió Jesucristo(no se sabía el final "glorioso") y del Dios que en su persona se nos revela

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