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El Reino de los cielos sufre violencia
6 comentariosUn lector habitual me envía una noticia, “por si sirve”. En la elección de Miss Estados Unidos, la representante de California perdió la corona porque en la ronda de preguntas del juez, al pedirle su opinión sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, respondió que le parecía fantástico que los estadounidenses pudieran elegir, pero añadió que ella pensaba que el matrimonio debía ser entre un varón y una mujer. Al parecer esa respuesta le costó la corona de belleza. Recientemente, en España, la presidenta del Parlamento vasco, manifestó que ella ni usaba ni pensaba usar preservativos en su matrimonio, y fue criticada por algunos periodistas.
No estoy muy seguro de que podamos hablar de ataques a la libertad de expresión, porque en España y en USA unos y otros podemos criticar a los que no piensan como nosotros. Donde hay posibilidad de crítica mutua y de manifestar públicamente los desacuerdos, hay libertad de expresión. Otra cosa es que a algunos les moleste la crítica. Pero, como cristianos no debería sorprendernos la crítica de los que no piensan como nosotros. El anuncio del Evangelio nunca ha sido un camino de rosas. A Jesús le llevó a la cruz. Y mantener las propias convicciones, sean católicas o no, si esas convicciones son minoritarias, siempre llama la atención. Los católicos no debemos pensar que somos mayoría o que una mayoría silenciosa piensa como nosotros. A lo mejor somos minoría. En este caso, podemos ser levadura que fermenta la masa. Podemos ser, como decía un escritor del siglo II (en el Discurso a Diogneto), y precisamente cuando se nos critica, el alma del mundo.
Siempre he pensado que son las minorías trabajadoras y sacrificadas, y encima muchas veces criticadas, las que sostienen las buenas instituciones y hacen el bien. Ya Jesús lo dijo: El Reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan (Mt 11,12). O sea, el Reino se establece con fuerza a despecho de todos los obstáculos. El día que el mundo nos aplauda habrá que empezar a preocuparse por la pureza del testimonio cristiano.