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El Reinado de Cristo, esperanza y tarea
4 comentariosEn diciembre de 1925 publicó Pío XI su encíclica Quas primas instituyendo la fiesta de Cristo Rey, cuando todavía no se habían apagado las llamas dejadas por la primera guerra mundial y ya se oían tambores de guerra que, como era de esperar, desembocaron en la segunda. Como era de esperar sí, porque ¿qué cabe esperar de este mundo? Y, sin embargo, “contra toda esperanza” (Rm 4,18) hay que afirmar la esperanza cristiana. Con la teología y el lenguaje eclesiástico de la época Pío XI buscaba orientar la mirada de los cristianos hacia el reino de Cristo como esperanza segura de paz. De paz a todos los niveles, personal, familiar, social, nacional e internacional. Más recientemente, Benedicto XVI ha notado los límites y peligros que entraña la construcción del “reino del hombre”, sólo superables “mediante la apertura de la razón a las fuerzas salvadoras de la fe”, por el “reino del amor”, en definitiva. La Iglesia, los cristianos, debemos contagiar esta certeza y esta esperanza al mundo entero, a todos aquellos a los que alcance nuestra voz y nuestra presencia. Y para ello, nada más adecuado que ser sacramentos del Reino, o sea, constructores en nuestras comunidades de lo que luego queremos y debemos extender por el mundo.
En estos tiempos de crisis, con aumento de paro, con los comedores de las instituciones benéficas más llenos que nunca, con guerras que no paran, la fiesta de Cristo Rey nos invita a dirigir nuestra mirada a este Jesús anunciador de un Reino sin paro, sin hambre, sin guerras, sin injusticia. ¿Utopía? Para el cristiano más que una utopía es una tarea. Cada uno a su nivel y según sus posibilidades debe vivir vigilante (cf. Mc 13,33) para que el Rey, a su llegada, no nos sorprenda dormidos (Mc 13,36). Dormidos, o sea, inactivos, pasivos ante la injusticia y la opresión, cerrando los ojos ante la pobreza y la miseria humana.