Oct
El perdón de Dios debe ser transmitido
4 comentariosEn Jesús llama la atención lo siguiente: a todos los pecadores, para escándalo de quienes se creen justos, les ofrece su compañía y se sienta a la mesa con ellos. Más aún, a los pecadores les ofrece el perdón de los pecados, y al hacerlo se puso en contra de la ley que exigía el castigo del pecador. Desde la perspectiva de Jesús, el perdón de los pecados es una concretización de su mensaje alegre y liberador. Jesús no es un predicador sombrío ni amenazante, como quizás sí lo era Juan el Bautista. Su llamada a la conversión no tiene nada de sombrío, sino que es la oferta de una nueva posibilidad de vida ofrecida al hombre. Más aún, esta conversión no es fruto de nuestra ascesis, de nuestros sacrificios o penitencias, sino fruto de la gracia, fruto del amor alegre y liberador de Dios.
Para Jesús, este perdón recibido de Dios debe ser transmitido a los demás. Ahí está la prueba decisiva de nuestra acogida del Espíritu para el perdón de los pecados. Ahí está también la sinceridad de nuestra oración: perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos. No nos llamemos a engaño: entre los humanos, perdonar las culpas no es algo "natural", no es algo evidente ni normal. Lo espontáneo, lo que al mundo le nace, es la rendición de cuentas. San Pablo, al describir las obras de la carne, contrarias a las obras del Espíritu de Dios, cita entre otras, la ira y las rencillas (Gal 5,20). Por eso, sólo movidos por el Espíritu santo podemos perdonar a los que nos han ofendido.
No hay reconciliación con Dios sin reconciliación en el terreno interpersonal. El perdón de Dios está vinculado al perdón recíproco de los humanos. Por eso, en el Padrenuestro, después de pedir que venga el reino de Dios y que se haga su voluntad, se pide también: "Perdónanos nuestras deudas como también perdonamos a nuestros deudores" (Mt 6,12). Y a continuación viene esta advertencia: "Pues si perdonáis a los hombres también os perdonará vuestro Padre celestial. Pero si no perdonáis a los hombres, vuestro Padre tampoco os perdonará" (Mt 6,14 s.). El ser humano no puede recibir el gran perdón de Dios y negar a su vez el pequeño perdón a su prójimo; es su deber transmitir a los demás el perdón recibido. Este es el sentido de la parábola del rey magnánimo y el sentido de aquella frase provocadora de que no debemos perdonar siete veces, o sea, con cierta frecuencia, sino setenta veces siete, es decir, indefinidamente.