May
El pecado contra el Espíritu Santo
6 comentariosMe preguntan qué significa pecar contra el Espíritu Santo. Quien me pregunta cita el texto evangélico que dice que las blasfemias contra el Hijo del hombre tienen perdón, pero no así las blasfemias contra el Espíritu Santo (Mt 12,31-32). Mi respuesta: la “blasfemia” no consiste en el hecho de ofender con palabras al Espíritu Santo; consiste, por el contrario, en no aceptar la salvación que Dios ofrece a cada ser humano por medio del Espíritu Santo. Pecar contra el Espíritu Santo es rechazar voluntariamente la salvación. Con todo, en este pecado, “no se cierra del todo el camino del perdón y la salud a la omnipotencia y misericordia de Dios” (Tomás de Aquino). La acción salvífica del Espíritu siempre permanece abierta y siempre está en acción. Dios nunca adopta una actitud negativa y definitiva con respecto al ser humano, pero la persona sí puede cerrarse a la acción de Dios.
Dios siempre está dispuesto a acoger. El pecado es ruptura, pero la ruptura se produce siempre por parte del ser humano. El pecado contra el Espíritu Santo sería el caso límite en el que la persona se encierra definitivamente en sí misma, como en una especia de autoprisión, prisión que indirectamente manifiesta la eterna libertad del ser humano y el profundo respeto que Dios tiene por esa libertad. Cierto, es difícil imaginar un rechazo explícito de Dios y de su salvación, pues esto supone un conocimiento claro de lo que Dios es y de su obra salvífica. Si alguien rechaza a Dios no sabe lo que está haciendo; rechazar a Dios sólo es posible porque no se le conoce bien, porque se tiene una falsa idea de lo que Dios es. En este sentido no sería posible un pecado contra el Espíritu Santo.
Esto no significa que no sea posible un rechazo de Dios. Este rechazo generalmente toma la forma de rechazo del prójimo: el atentado directo contra uno mismo y contra el prójimo es la cara visible de la culpa contra Dios, aunque no seamos conscientes del alcance divino de tales atentados. El hombre tiene excusa si se equivoca contra la divinidad de Jesús, velada bajo las humildes apariencias humanas, pero no la tiene si cierra sus ojos y su corazón a las admirable acción del Espíritu, que se concreta allí donde hay una obra buena, verdadera y bella. Es imperdonable no reconocer la bondad, la verdad y la belleza. Más imperdonable aún es rechazar lo bueno, lo verdadero y lo bello. Así se comprende que el pecado contra el Espíritu Santo y bueno no tenga perdón.