Jul
El papel creador de Cristo
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El Credo comienza afirmando que Dios Padre es el creador de todo lo que existe. Pero con la misma fuerza y verdad podemos afirmar que Cristo es creador: “En el principio existía la Palabra… Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1,1.3; cf. Jn1,10). Todo por ella, nada sin ella. Esta Palabra se identifica con el Hijo eterno que iba a encarnarse, con Jesucristo. Por eso es posible afirmar, como hace Francisco, que “desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta en el conjunto de la realidad natural, sin por ello afectar su autonomía”.
La carta de san Pablo a los colosenses (1,15-16) se refiere directamente al papel creador de Cristo: todo fue creado “en él, por él y para él”. Cristo está en el origen de todo lo creado (por él), Cristo lo sostiene todo (en él todo tiene consistencia) y Cristo es la meta a la que todo tiende, todo ha sido creado para encontrar en Cristo la salvación (para él). Cristo es el pasado, el presente y el futuro de todo lo creado.
En este texto de la carta a los colosenses se califica a Cristo creador de “imagen” de Dios invisible. Imagen no es sólo el reflejo de un modelo anterior a ella, es precisamente ese modelo. Imagen es paradigma, modelo del que se sirve un artista para realizar su obra. Jesús sería el modelo a partir del cual Dios ha creado al ser humano. El Padre, el Artista creador, tenía delante el mejor modelo al realizar su obra. Por eso toda la creación, pero sobre todo el ser humano, tiene desde sus orígenes más profundos una huella cristológica. “Lo humano” tiene su origen en el mismo Verbo. Así se comprende que en el Verbo eterno del Padre haya una “tendencia” hacia lo humano, hacia la encarnación.
La función de Cristo en la creación, manifiesta que ésta tiene sentido y que su destino es la salvación. La creación no es algo caótico o arbitrario. Gracias a Cristo, la creación es una realidad con sentido. “Gracias al Verbo, dice Juan Pablo II, el mundo de las criaturas se presenta como cosmos, es decir, como universo ordenado”. Gracias a la palabra de Dios el mundo deja de ser un caos, una realidad caótica, a la deriva, desordenada y sin sentido, y se convierte en un cosmos, en una realidad cosmética, bella, armoniosa, con sentido. Cristo, como Logos, ofrece a lo creado una razón de ser, una meta.
El mundo no va a la deriva porque tiene un logos, una razón, una palabra que lo orienta. Una creación llevada a cabo por Dios Padre a través de su Hijo eterno, el Logos, no puede ser algo arbitrario o fortuito, algo debido al azar o sin motivo; tiene que tener un fin, una meta. En Jesús, como Logos, encontramos la clave de la estructura de lo real, la aclaración del enigma del ser. La Palabra de Dios no sólo hace posible el mundo, sino que convierte además el mundo en inteligible. Jesucristo, en cuanto Palabra de Dios, revela al mundo la voluntad de Dios sobre el cosmos. La lógica del cosmos, y sobre todo la lógica del ser humano, es Dios.