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El desarrollo, nuevo nombre de la paz
3 comentariosEste fue uno de los enunciados de la Populorum Progressio que llamaron la atención. Pablo VI deja clara la ambigüedad del progreso: “Todo crecimiento es ambivalente… La búsqueda exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser y se opone a su verdadera grandeza”. Además, constata algo que desde entonces no ha hecho más que aumentar: el abismo cada vez mayor que separa a las naciones ricas de las pobres; los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Esto exige cambiar de modelo económico, cobrar conciencia de que los bienes de este mundo son de todos, eliminar fronteras artificiales, controlar la contaminación, desterrar la corrupción política que abunda en los países pobres y, sobre todo, avivar la conciencia de solidaridad y justicia como condiciones ineludibles para la supervivencia de este mundo.
Se hace necesario recuperar la categoría de signos de los tiempos, introducida en el pensamiento teológico moderno por el Magisterio de Juan XXIII. Los acontecimientos son un lugar teológico donde el Espíritu de Dios sigue hablando a los humanos. Pues bien, toda la encíclica de Pablo VI es una valoración teológica, una lectura cristiana, un mirar con los ojos de la fe las aspiraciones de los pobres y humillados de nuestro tiempo y un buscar, por parte de la Iglesia, el modo de decirles una palabra creíble. Para ello, la Iglesia tendrá que tomar claramente partido por los más necesitados y mirarles con simpatía. No es creíble una Iglesia que hace pronunciamientos tajantes sobre la opción preferencial por los pobres y se sitúa entre los potentados. Esta me parece que es una de las grandes lecciones de la encíclica. En un mundo cada vez más emancipado de lo religioso y, sin embargo, desfigurado como hace cuarenta años por la pobreza y el individualismo, la Iglesia tiene la gran oportunidad de actualizar su misión, que no es directamente económica, política o social, sino religiosa, pero entendiendo por religión el ser testigo del Dios revelado en Jesucristo, no como poder que oprime, sino como amor que sirve (para decirlo con palabras de Jesús Espeja).