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El ayuno que Dios quiere
5 comentariosEn todas las religiones el ayuno es una práctica recomendada a los adeptos. De Jesús también se dice que ayunaba (Mt 4,2). De todas formas su ayuno debía ser bastante discreto, ya que los fariseos le critican porque sus discípulos no ayunan. Jesús acepta la crítica, pero ofrece una razón de esta falta de ayuno, presentándose como el novio de una boda a la que están invitados los discípulos. Mientras el novio está presente no hay ayuno, aunque llegará un día en que el novio les será arrebatado y entonces ayunarán (Mt 9,15). En estas palabras hay un anuncio bastante claro de la muerte de Jesús. Pero no conviene olvidar que hoy Jesús está resucitado y, por tanto, que el novio está presente entre las discípulas y discípulos todos los días hasta el fin del mundo. Una presencia velada, sin duda, y este velo, a la espera de que se rompa para el dulce encuentro, es el que podría justificar el ayuno. Eso sí, sin hacer mucho problema con los alimentos: Jesús declara que todos son puros (Mc 7,19).
El ayuno no es cuestión de cantidad, sino de actitud. Se puede ayunar por razones estéticas: quiero adelgazar. Pero es posible ayunar como signo de que el verdadero alimento es la voluntad del Padre, o de que el verdadero pan es el que viene del cielo para que el que lo coma no muera. También es posible ayunar en solidaridad con el hambriento. En este caso no se trata de quedarse uno y otro con hambre. Se trata de que ninguno pase hambre. Se trata de compartir. En estas dos actitudes estaría, a mi modo de ver, todo el sentido del ayuno cristiano, cuaresmal o no cuaresmal. Dos actitudes inseparables y que remiten la una a la otra: la mirada a Jesucristo, verdadero alimento del cristiano; y la mirada al hermano necesitado de pan, con el que hay que repartir urgentemente el pan que yo tengo, para que así pueda realizarse esto que decimos en la oración que Jesús nos enseñó: que el pan es “nuestro”. Nuestro, no mío. Estos son los ayunos que Dios quiere.