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El abismo llama al abismo
10 comentarios¿Cómo pensar la relación de Dios con un mundo caracterizado por la generación, la corrupción y la evolución, aparentemente lo contrario de Dios? ¿Cómo pensar que Dios puede salvar de la muerte, cuando constatamos que no salva de tanto sufrimiento que trastorna la vida de los hombres, de tanta injusticia que subleva a los corazones más dignos y sensibles? Ya Nietsche decía que la única excusa que tiene Dios es que no existe. Pero, por otra parte, si en la historia de la evolución todas las muertes han dado como resultado nuevas vidas, ¿por qué no pensar que la muerte del hombre forma parte de la obra de Dios para hacer posible una vida humana divinizada, una vida que sea participación de la misma vida de Dios?
Dice el libro de los salmos que “un abismo llama a otro abismo”. El abismo del hombre siente una (a veces) inconsciente atracción por el abismo de Dios, quizás porque intuye que en el abismo divino puede comprender su propio misterio. En efecto, el hombre es un misterio incomprensible para sí mismo. Pero una de las propiedades de Dios es su insondable incomprensibilidad. En el momento en que lo comprendemos no es Dios. De forma similar resulta tan incomprensible que el hombre no sea transcendente en razón de su conciencia, su pensamiento y su espíritu, como es incomprensible que sea trascendente siendo de naturaleza mortal. Esta incomprensibilidad relativa de la trascendencia humana encuentra su respuesta en la incomprensible donación de Dios, cuya última palabra no puede ser dicha en los límites que la naturaleza biológica impone a la historia del hombre.
El hombre es de un orden distinto al de la naturaleza. Por eso protesta contra la muerte a la que la naturaleza parece condenarle y busca la trascendencia. Para que el hombre pueda encontrarse con el Dios trascendente que explica su trascendencia, con el abismo que llama al abismo, es necesario pensar la relación de Dios con el ser humano, no como la de Alguien que está frente a mi, sino como mi constitutivo más profundo. Tan incomprensible resulta su existencia como su no existencia. A Dios ni le damos existencia cuando lo afirmamos, ni se la quitamos cuando le negamos. Nuestras certezas, basadas y apoyadas en la naturaleza del mundo, son insuficientes para comprender una naturaleza divina que desborda los límites del Universo. El universo no puede contener a Dios; es Dios el que contiene y sostiene el Universo.