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Dos ojos de mujer por uno de varón
4 comentariosLas declaraciones de Ameneh Bahrami, una mujer iraní de 30 años, que se quedó ciega cuando un pretendiente despechado le arrojó ácido a la cara, son comprensibles, dan mucha pena, pero eso no quita que sean un cúmulo de despropósitos. Evidentemente, lo grave e inaceptable es lo que tuvo que sufrir y sigue sufriendo. El joven que la desfiguró ha sido condenado aplicando literalmente la ley del talión: ojo por ojo. Pero no del todo. Porque las leyes iraníes establecen que dos ojos de mujer equivalen a uno de varón. Aunque es posible dejar al agresor ciego de los dos ojos si la víctima paga 20.000 euros. Un cúmulo de despropósitos. Machismo, espiral de violencia, venganza, humillación para la víctima que, incluso en su desgracia, es tasada a mitad de precio que el varón…
El Antiguo Testamento, lugar que recoge la ley del talión, procedente del Código de Hammurabi, cuenta una historia que contrasta con esa ley: Caín, tras matar a su hermano, encuentra un defensor inesperado, Yahvé mismo, que se erige en su protector para que nadie le dañe. No hablemos ya del Nuevo Testamento, en el que quedan superadas todas las leyes de venganza, al tiempo que se nos invita a poner la mirada en el Justo por excelencia, que carga con los pecados del mundo y entrega la vida por sus enemigos.
Diciendo esto no pretendo que se deje de castigar al agresor de Ameneh Bahrami, pero sí digo que la superación de la ley del talión es un avance en humanidad. Y que, si castigo tiene que haber, han de ejecutarlo los poderes públicos, desde el respeto a la dignidad del agresor. Añado: con la víctima toda solidaridad, ayuda y comprensión será poca. Entre otras cosas, porque sólo dentro del contexto del amor, la víctima podrá asumir su situación e incluso recobrar las ganas de vivir. Lo fundamental con la víctima es que tenga el máximo bienestar posible y recupere la paz del corazón. Con la ley del talión no lo logrará. Y aplicada de este modo menos. Es una humillación para ella: dos ojos de mujer valen uno de varón. ¡Qué vergüenza! ¡Qué asco!