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Documento sinodal: Iglesia más participativa
1 comentariosLos que esperaban que el Sínodo propusiera algunas cuestiones novedosas y delicadas, por ejemplo, el sacerdocio de la mujer, la ordenación de varones casados o la bendición de parejas del mismo sexo, se habrán sentido un poco decepcionados. Aunque el Sínodo ha dicho que el tema del diaconado femenino es una cuestión abierta y ha indicado que es necesario que las mujeres ocupen más puestos de liderazgo en la Iglesia.
El Sínodo ha hecho algo mejor que entrar en cuestiones concretas que podrían haber causado división en el mundo católico. Hay un elemento transversal que recorre todo el documento final: la necesidad de poner a toda la Iglesia, diócesis y parroquias, en estado de sinodalidad, o sea, de escucha, diálogo, fraternidad y encuentro. Pues la sinodalidad es también una forma de gobierno eclesial. Cierto, ya hay muchas instancias sinodales: consejos episcopales, presbiterales, de pastoral y económicos. El Sínodo apuesta claramente por reforzar, y transformar si es necesario, estas instancias ya existentes y por crear otras nuevas. No para cargarnos con más, sino para que la sinodalidad funcione. Hasta el punto de que pide que se amplíe la representatividad de estas instancias y no sean puramente consultivas, sino que puedan ser decisorias, al menos en algunos puntos.
El documento final abre la sinodalidad más allá de las fronteras eclesiales, sugiriendo que en las instancias sinodales participen representantes de otras Iglesias cristianas, de otras religiones e incluso personas ajenas a la Iglesia; y también personas en los márgenes de la Iglesia. Y llega a pedir la realización de un sínodo ecuménico. Es bueno dialogar con todos, escuchar a todos, tener en cuenta a todos. Porque el diálogo es una forma de encuentro y de unión, en el terreno ecuménico, interreligioso y con las personas de buena voluntad.
Sin olvidar que el ejercicio de la sinodalidad no prescinde del ministerio del Obispo de Roma, ni del ministerio episcopal. Sinodalidad es unir, escuchar a todos, conjugar todas las instancias necesarias y propias de la Iglesia, de modo que la sinodalidad articula de manera sinfónica las dimensiones comunitarias (“todos”), colegial (“algunos”) y personal (“uno”) de cada una de las Iglesias y de la Iglesia toda. Esta articulación entre todos, algunos y uno, debería encontrar formas concretas de realización en el Sínodo de los Obispos, que debería convocarse con más frecuencia y contar con participación de laicos.
Practicado con humildad, el estilo sinodal puede hacer de la Iglesia una voz profética en el mundo de hoy, plagado de desigualdades, formas de gobierno autocráticas y dictatoriales, con un modelo de mercado que no tiene en cuenta la vulnerabilidad de las personas y el cuidado de la creación. Un mundo en el que prima el individualismo y no la solidaridad.
En el documento aparecen muchos asuntos que necesitan renovación, que habrá que hacer vida, y abordar con espíritu sinodal: formación de catequistas y de aspirantes al sacerdocio (y en esa formación es necesaria la presencia femenina), ecumenismo, los pobres, abusos de autoridad sobre personas vulnerables, una liturgia mas participada, acompañamiento en África a matrimonios polígamos, la familia como ejercicio de sinodalidad, unidad en la diversidad, conversación en el Espíritu, vida consagrada, nuncios y oficiales de la curia romana (muchos son Obispos sin diócesis, pero ¿es necesario que sean Obispos?).