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Dios se hizo hombre para que le imitemos
0 comentariosAdemás de los motivos de la Encarnación expuestos en el artículo anterior, el Maestro de Aquino ofrece otro interesante motivo, relacionado con la búsqueda de la bienaventuranza por parte de todo ser humano. Pues para conseguir la bienaventuranza, que no es otra cosa que el encuentro con Dios, es necesario vivir una vida acorde con aquel al que se desea abrazar. De la misma manera que los amigos tratan de complacerse, la búsqueda de la amistad con Dios requiere ponerse en sintonía con él. Dicho de otra forma: los amigos se parecen. ¿Cómo puede el ser humano parecerse a su amigo Dios? Imitándole. Así se comprende este sorprendente texto de san Pablo: “sed imitadores de Dios”, porque los “hijos queridos” imitan al Padre y los amigos imitan al amigo. ¿Y cómo podemos imitar a Dios? San Pablo responde: amando como Cristo amó (Ef 5,1-2).
Pues bien, la encarnación está en función de esta imitación de Dios. Las personas necesitamos modelos. Cuanto más segura es la opinión que tenemos de la bondad de alguien que se nos propone como modelo, con tanta más seguridad lo imitamos. Pero todos los humanos somos frágiles y alguna vez fallamos. “Incluso los más santos fueron defectuosos en algo”, recuerda Tomás de Aquino (en la Suma contra Gentiles). Por eso añade: El más seguro modelo que se nos ha podido ofrecer es el Dios humanado. Encuentra un buen apoyo a esta convicción en la palabra del Señor recogida en Jn 13,15: “os he dado ejemplo para que vosotros hagáis como yo he hecho”.
San Agustín, citado en la Suma de Teología, dice: “Dios se hizo humano para ofrecer al ser humano un ejemplo que el hombre pudiera ver e imitar”. Y comentando 1 Cor 11,1 (que habla de “imitar a Cristo”), Sto. Tomás dice que, puesto que el “Modelo original”, el Verbo eterno del Padre, estaba muy alejado de nosotros, “Dios quiso hacerse hombre para ofrecer a los hombres un modelo humano”.
La encarnación, la referencia a Jesucristo para imitar a Dios, es tanto más necesaria cuanto que nosotros solemos hacernos falsas ideas de Dios, basadas en la grandeza y el poder. El misterio de la encarnación nos indica que el Dios al que debemos imitar es el que se inclina ante los humildes, perdona a los pecadores, socorre al huérfano y al desvalido, se compadece del necesitado y se enfrenta a los que mantienen situaciones injustas. O sea, no es el dios de los poderosos de este mundo, sino el Dios que baja del cielo y se hace humano, comprometiéndose así con el mundo como no es posible comprometerse más.