Oct
Dios rematadamente loco
8 comentariosEso dice José Saramago en su última novela titulada Cain. Su pretensión: culpar a Dios, como autor intelectual del asesinato de Abel y de todas las sangres que en la historia han sido. Ya en su primera novela, El Evangelio según Jesucristo, Saramago se inventa un diálogo entre Dios y Satán. Este constata que el proyecto de Dios es diabólico, y tras enumerar todas las consecuencias de la cruz en forma de cruzadas, inquisición, martirios, disciplinas monásticas y otras lindezas, dice: “Hay que ser Dios para complacerse en tanta sangre”. En la nueva novela, Caín se convierte en visionario del futuro y testigo de múltiples historias de muerte y sangre: la de un hombre llamado Abraham, al que Dios ordena que sacrifique a su hijo; la de los que murieron por adorar un becerro de oro, los exterminados en Jericó, o los niños abrasados en Sodoma. La conclusión que saca Caín es que “Dios está rematadamente loco”.
Si El Evangelio es una lectura muy libre de los evangelios sinópticos, en Caín la lectura, también muy libre, es del libro del Génesis. A mi no me molesta que se haga literatura con historias que son ya patrimonio de todos. Pero si se cambia totalmente el sentido de las historias originales, y se ofrecen interpretaciones que las desvirtúan, la literatura se convierte en provocación y es posible que moleste a más de uno. La novela de Saramago de histórica no tiene nada. Es pura imaginación. Caín (como antes Jesucristo) es un pretexto en el que volcar su ideología atea y marxista. Con argumentos un tanto superados y afirmaciones en exceso contundentes. Y puestos a juzgar la calidad del escrito, mi impresión es que si el lector de estas novelas no conoce la “verdadera” historia, esta literatura resulta francamente aburrida. Si no lo es, es precisamente por el contraste que el novelista logra despertar en el lector.
Mi consejo: no se pierden nada si no leen el Cain de Saramago. Pero tampoco van a perder la fe por leer una ficción que a nadie engaña. Al menos si se tiene una fe madura. Pues el dios que imagina el novelista no existe. Gracias a Dios.