Jul
Dios no explica el mal pero implica
8 comentariosKarl Marx hablaba de la religión como “opio del pueblo”. En una de mis lecturas me encontré con la expresión “eutanasia del cristianismo”, para referirse al uso que, en ocasiones, se hace de la religión y, más en concreto, del cristianismo, como falso consuelo frente a la desgracia. Decir, por ejemplo, que los sufrimientos son “una prueba que Dios nos envía”, quizás resulte consolador en algún caso. Pero en muchos otros puede conducir a la rebeldía contra un Dios que se complace en el sufrimiento. Cosa distinta es que a Dios se le pueda encontrar en las pruebas. Pero Dios no se da a conocer mediante las pruebas. Cierto, el sufrimiento es consustancial a nuestra finitud. No somos dioses. Somos seres limitados. El reconocimiento de que no somos dioses, puede ayudar a fijar nuestra mirada en el Dios verdadero.
Ante el mal hay pocas respuestas. Más aún, la búsqueda de respuestas puede ser un modo de justificarlo. Mirando a Jesús tampoco encontramos respuestas. Ante el mal solo cabe la rebelión, el desacuerdo y la lucha. La parábola del juicio final de Mt 25 se refiere a personas que han sufrido mucho, por culpa del hambre, de la injusticia, de la persecución, de la enfermedad o de la falta de cobijo. La parábola descubre el secreto escondido en esas personas. Cuando las encontramos, es Dios mismo quien sale a nuestro encuentro y reclama nuestra respuesta. Pero el “conmigo lo hicisteis”, no explica ni el sufrimiento ni sus causas, aunque subraya que Dios está en el sufrimiento y que siempre se le ha de buscar junto a las víctimas. El Dios cristiano no explica nada, pero implica.
No conviene acostumbrarse ante la desgracia ajena. A veces jugamos con las palabras para atenuar la brutalidad de los hechos: ya no hay ciegos, sino invidentes; ni sordos, sino oyentes con dificultades; ni inválidos, sino discapacitados. Este modo de hablar me parece legítimo si con ello pretendemos “integrar” en una vida lo más normal posible a las víctimas del sufrimiento y no reducirlas a su dificultad. Pero esto no puede ser una manera de negar la realidad. Cuando uno se acostumbra a la desgracia, deja de indignarse. Y si metemos a Dios en nuestro discurso sobre la desgracia, que sea para implicarnos más en nuestra solidaridad con las víctimas.
Una última reflexión, precisamente sobre Dios y el sufrimiento. A veces, hablando de “hacer teología después de Auschwitz” se ha llegado a hablar de un Dios débil e impotente. Pero entonces, ¿no estamos también anulando la fuente de la esperanza? Más que de impotencia de Dios habría que hablar de vulnerabilidad, pero dejando claro que un Dios vulnerable puede desarmar al mal. Este Dios es poderoso. Un Dios que solo se compadece, deja la última palabra al mal. ¿Qué esperanza le quedaría al ser humano si lo único que hiciera Dios fuera unir su sufrimiento al del humano?