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Dios murió antes de que yo naciera
2 comentariosHace unos días se publicó un reportaje con las últimas cartas que fusilados del bando republicado escribieron a sus familias. Ya sé que se pueden contar historias del “otro bando” iguales o peores. A mi me ha interesado el reportaje como testimonio humano. Leído sin prejuicios políticos, como testimonio humano, emociona. Nada más y nada menos.
El día en que apareció el reportaje estaba leyendo un antiguo discurso del Cardenal Ratzinger, en el que decía: “en la religión existen patologías sumamente peligrosas”. Piénsese, por ejemplo, en el fundamentalismo, las supersticiones y la intransigencia. He relacionado estas palabras de Joseph Ratzinger con una de las cosas que cuenta el reportaje: “en capilla, esperando a ser ejecutados, los condenados todavía tenían que someterse a una última condición: para poder escribir a su familia debían comulgar antes. Sin comunión, no había carta”. Profanaciones similares del nombre de Dios se cuentan de los capellanes castrenses que colaboraron con las dictaduras militares argentina y chilena, reconfortando a los verdugos que tenían escrúpulos y chantajeando a los presos para que delataran a compañeros o colaboraran con los torturadores. No hay nada peor que el uso de la religión con fines perversos y, para colmo, no querer ser consciente de ello.
El nieto de un preso que se negó a comulgar y, por tanto, no pudo escribir su carta, ha dejado en el cementerio de La Almudena de Madrid un carta de respuesta a la no carta de su abuelo que comienza con estas palabras: “Dios murió antes de que yo naciera”. En todo caso, el Dios que movía a los carceleros a obligar a comulgar a los presos no es que muriera antes de que ese nieto naciera. Es que nunca ha existido y es lo mejor que le ha podido ocurrir. Desgraciadamente, esos dioses que no existen, sobre todo esos, han hecho mucho daño. El verdadero, el que existe, es cosa muy distinta.