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¿Del barro al barro? ¡De Dios a Dios!
4 comentariosLos que no saben de dónde vienen tampoco saben a dónde van. Y los que no saben a dónde van, andan perdidos por el camino. De ahí la gran importancia que tiene comenzar el año litúrgico con la mirada puesta en la escatología, en el final de los tiempos, en la definitiva venida del Señor. Lo repito cada año, pero sospecho que las inercias, las del mundo interesado en que “ya es Navidad en el Corte Inglés”, y las de muchas personas piadosas que ya están pensando en preparar el Belén, dificultan caer en la cuenta del sentido escatológico de estos primeros días de Adviento. Las lecturas de la Eucaristía de ayer orientaban claramente hacia este final de la historia y del cosmos, en el que los creyentes esperan encontrarse definitiva y claramente, sin velos y sin engaños, con Cristo Resucitado.
La ciencia dice que venimos del barro. Y lo dice con buenas razones: el ser humano es el resultado de la evolución de la materia. De ahí, muchos científicos infieren que vamos a volver al barro. Lo dicen porque prescinden de nuestro verdadero origen, unas veces por razones metodológicas y otras por razones filosóficas. El verdadero origen nos lo descubre la fe: venimos de Dios y no (o no sólo) del barro. Para volver a Dios y no al barro. El saber de dónde venimos permite conocer a dónde vamos. Y conocer la meta de nuestro camino, estar bien orientados, saber a dónde vamos, ayuda a no perderse, a reorientarse en caso de desvío y a recorrer el camino con esperanza. Así, la cuestión de nuestro origen se convierte en una verdad llena de sentido, y la cuestión de nuestro fin en la mejor guía para nuestro caminar.
El prefacio tercero del Adviento (que debería utilizarse en estos primeros días), da gracias al Padre, al que califica de “principio y fin de todo lo creado”: todo procede de Dios y todo tiende hacia Dios. Por este motivo “pasará la figura de este mundo”. Nosotros somos peregrinos sobre la tierra. Nuestra verdadera patria, nuestro destino es “un cielo nuevo y una tierra nueva”. ¿Y mientras tanto qué? Precisamente porque sabemos a dónde vamos, estamos preparados para descubrir las huellas y signos en los que el Señor se nos hace presente. Así, el prefacio afirma que este Señor que aparecerá lleno de gloria, “viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento”. Ahora, si de verdad “aguardamos su última venida”, viviremos dispuestos para acogerle en cada hermano con amor y para vivir cada circunstancia con fe.