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Dar culto predicando
2 comentariosSan Pablo, tras los saludos de rigor, comienza su carta a los romanos diciendo que da culto a Dios predicando el Evangelio (1,9). Estas palabras son un gran estímulo para todos los predicadores y catequistas. Su tarea evangelizadora es en primer lugar una alabanza a Dios, un modo de darle gloria y reconocer su grandeza. Por otra parte, la predicación es una encomienda, según leemos en la carta a Tito (1,3). Si Dios te ha encomendado esta tarea, esto significa que ha depositado en ti su confianza. Se ha fiado de ti, cuenta con tu inteligencia, con tu habilidad, te considera capaz de llevar adelante la tarea. ¡Qué honor y qué responsabilidad! La predicación es una gracia, un don. Yo no he buscado esta tarea. Me la han confiado.
Tomás de Aquino (en De caritate, a. 11, ad 6) distingue tres grados en el amor a Dios. El inferior es el que aquellos que fácilmente dejan la oración para ocuparse de otros asuntos; esos manifiestan poco o ningún amor a Dios. Hay otros que se sienten tan a gusto en la oración que no quieren dejarla ni siquiera para ocuparse del prójimo. La cima de la caridad es la de aquellos que, sintiéndose a gusto en la oración, dejan la contemplación a fin de servir a Dios para la salvación de sus prójimos. Esta perfección es propia de los predicadores. En ellos se manifiesta el máximo amor a Dios. Todo esto no dice nada en contra de la oración, pues también el predicador se siente a gusto en la oración. Pero es una buena explicación de lo que dice San Pablo: la predicación del Evangelio es un modo eminente de dar culto a Dios. No es extraño que una de las finalidades que Jesús otorga a la oración sea la de pedir obreros para la mies. No basta con orar. Se necesita algo más: obreros que siembren la Palabra.
Lo dicho vale para todo cristiano, llamado a dar testimonio de su fe, también con su palabra. De ahí lo importante que es la formación doctrinal, el estudio de la verdad revelada, pues a través de este estudio conocemos al Dios que se revela y, conociéndolo, podemos darlo a conocer. Al darlo a conocer le damos culto.