Nov
Cuando todo se para
5 comentariosHace un tiempo, acompañé a una comunidad de hermanas dominicas en unos días de retiro espiritual. El penúltimo día del retiro, cuando me dirigía al comedor de las hermanas para desayunar, me di cuenta de que había un cierto revuelo. Habían llamado al médico de urgencia. Las hermanas se dirigían hacia la enfermería, donde una hermana de casi 100 años se estaba muriendo. Yo le di la absolución. Las hermanas cantaron la Salve y rodearon su cama. Una estaba en la cabecera besando a la enferma. Yo le dije a la Superiora que, pasara lo que pasara, mis meditaciones estaban de sobra. Porque hay momentos en que el silencio es la mejor de las palabras.
Salí a la terraza. Al fondo, las montañas. Más cerca, los edificios de la ciudad, esos que construimos los seres humanos y que muchas veces nos sobreviven. ¿Sobreviven? ¡Pero si son piedras muertas! Se oía el trinar de los pájaros. Todo parecía silencioso. No pensaba en nada. Mi pulso estaba normal, quizás un poquito acelerado, pero no creo que llegase a las 85 pulsaciones por minuto. A mi edad tampoco está mal. De vez en cuando me asomaba a la habitación de la enferma. Allí estaban las hermanas, alrededor de su cama, la acariciaban, le decían palabras cariñosas. Parecía que la enferma quería decir algo, pero solo gemía. En aquella habitación había amor. Amor fraterno y amor de Dios, manifestado a través del amor fraterno.
Cuando llegó una enfermera seglar y se quedó con la enferma, las hermanas me pidieron que celebrase la Eucaristía. No hice homilía. Tras leer el evangelio dije: Hay momentos en los que solo cabe confesar la fe en la resurrección de Cristo y, fiados en su Palabra, avivar nuestra esperanza. No dije más. No hacía falta. De pronto todo quedó parado. La muerte deja un profundo vacío. Pero para los que creen en Cristo se trata de un vacío lleno de Dios. A la muerte no hay que temerla, porque no hay que tenerle miedo a Dios.