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Contemplar siempre el misterio de la misericordia
3 comentarios“Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia”, afirma el Papa Francisco. Además de otros, ofrece este primer motivo: es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Hay muchos motivos que hacen conveniente, más aún necesario como dice el Papa, volver nuestra mirada, o nuestra reflexión, hacia el misterio de la misericordia. Porque efectivamente, se trata de un misterio, una realidad que siempre se nos escapa y que, por eso, no podemos controlar del todo. Nunca acabamos de comprender esta actitud tan humana y tan divina como es la misericordia, porque parece que va más allá de todas las razones. A veces, se diría que lo razonable no es el amor, sino la indiferencia, el rechazo o incluso el odio. ¿Por qué tener misericordia de un desconocido y no digamos de alguien que nos ha hecho daño? La misericordia es, efectivamente, una realidad misteriosa. ¿Será que hay rincones del corazón humano, rincones buenos, que de vez en cuando nos sorprenden?
Además, la necesidad de contemplar este misterio de la misericordia parece absoluta: siempre hay que hacerlo. ¿Será porque se nos olvida con demasiada frecuencia? ¿Será que nuestro egoísmo siempre está ahí, cegándonos los ojos a lo que de verdad nos conviene? ¿O lo de “siempre” quiere decir que este rostro de la misericordia es como el aire que necesitamos para vivir y por eso está en todo momento presente en nuestra vida? Quizás las dos cosas: se nos olvida y, sin embargo, es lo que nos da la vida. Normalmente no prestamos atención a lo que nos da la vida. Por eso es bueno, de vez en cuando, recordar que respiramos aire, que la sangre corre por nuestras venas, que hay que cuidar el aire y cuidar la sangre. La misericordia es como la sangre y el aire que nos hace vivir. Vivimos de misericordia. Cuando respiramos bien o la sangre circula bien, entonces estamos tranquilos.
Por eso, la misericordia es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Alegría, serenidad y paz: tres dimensiones que van muy unidas, que son consecuencia y expresión de una vida bien orientada, bien ordenada, bien fundamentada. La alegría y la paz son dones mesiánicos, que Jesús entregó a sus discípulos en el momento de su despedida. La alegría y la paz que Jesús propone son muy distintas de las que ofrece el mundo. No se manifiestan de forma ostentosa, no nacen de la búsqueda egoísta del propio bienestar, sino de la satisfacción que produce el contemplar, con gratitud y sin envidia, el bien de los demás. Precisamente trabajando por el bien, la alegría y la paz de los demás, así y sólo así, trabajamos por nuestro propio bien, nuestra alegría y nuestra paz. Si esto es lo que brota de la misericordia, entonces sí, siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia.