Sep
Contar historias para que Dios venga
9 comentariosDesde los comienzos de la historia Dios no cesa de buscar al ser humano. Pero desde estos mismos comienzos el hombre se aleja del Dios que le busca. Surge entonces la pregunta: ¿quién es ese Dios que deja al hombre escapar de su persecución? En nuestros tiempos hay algo más que alejamiento. Ocurre que el ser humano ni siquiera parece enterarse de que Dios le busca.
Leyendo a Descartes me encontré con la sorpresa de esta confesión: “reconocer muy claramente que la certeza y la verdad de toda ciencia depende únicamente del conocimiento del verdadero Dios”. Ya no es así en nuestros días: el Nombre de Dios no pertenece al lenguaje universal de la ciencia, ni de la cultura, ni de la sociedad. ¿Qué puede significar, en semejante contexto, hablar de Dios? El mundo está vacío de Dios y de dioses. Quizás hay que cambiar de lenguaje. Para que Dios venga hay que contar historias. Como hacía Jesús. Historias de gente sorprendente, muy humana, pero que al mismo tiempo rompe los cánones de lo humano. Por ejemplo, la historia del dueño de un campo que paga un salario abundante a quien no se lo ha ganado; o la de un padre que acoge a un hijo que ha malgastado su herencia; o la de un viajante que auxilia a un herido extranjero y desconocido, y encima paga los gastos de hospitalización.
Lo mejor sería que en estas historias estuviera implicado el que las cuenta. Y que, en vez de contar la historia de otros, contase su propia historia. Estas historias trazan los caminos del Reino de Dios en nuestra historia. Se trata de la historia de unas personas que se convierten en relatos de Dios. Se trata de la historia de Dios en la de los cristianos que van al mundo con una preocupación por la paz, la unidad, la felicidad, el porvenir de la humanidad. Y hacer de estas historias motivo de conversación, que hará posible enunciar la relación del Dios de Jesús con los hombres, puesto que de esta manera Dios mismo se compromete a favor del mundo. Dios sigue acercándose al hombre, incluso cuando parece desaparecido. ¿Seremos los cristianos capaces de hacerle aparecer?