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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

2
Nov
2013

Condiciones para creer

6 comentarios

Cuando a un niño le preguntan: “¿tú que quieres ser de mayor?”, muchas respuestas suenan así: “yo, médico, como mi papá”; o: “yo, profesora, como mi mamá”. Los niños y los jóvenes necesitan referentes con los que identificarse, personas que les sirvan de modelos, espejos en los que mirarse. Los padres y, por extensión, las personas más cercanas a ellos, son el primer modelo. En muchas ocasiones, el niño termina pareciéndose al modelo que en su infancia le sedujo. Y cuando el niño se decanta por orientar su vida de forma distinta a la de sus progenitores, no deja de valorar el trabajo que sus padres hicieron. Más aún, el talante, el espíritu con el que sus padres desarrollaron su tarea, logra impregnar la propia y distinta tarea del niño cuando se hace mayor.

Con la fe ocurre algo parecido. Necesita un clima adecuado para nacer, creer y desarrollarse. Cierto, a veces ocurre que de padres muy cristianos “salen” hijos no creyentes. Y a la inversa: hay buenos creyentes que son hijos de padres no cristianos. Pero lo normal es que los creyentes más convencidos hayan crecido en un ambiente cristiano. Y cuando el ambiente cristiano, por las razones que sean, no ha dado como resultado unos hijos creyentes, éstos, al menos, se muestran respetuosos con la fe de sus padres.

El colegio católico o los maestros católicos pueden ejercer una labor importante de cara a la transmisión de la fe, pero el papel de la familia sigue siendo fundamental y necesario. Cuando el ambiente familiar es sólo cristiano de nombre, cuando la familia reduce su presencia en la Iglesia a una serie de acontecimientos sociales (primeras comuniones, matrimonios o funerales), el niño y el joven son bien conscientes de que la fe que dicen tener sus padres no ha transformado sus vidas y, por tanto, de que para ellos la fe no tiene valor.

En suma, la fe, aunque sea un don de Dios, no nace por generación espontánea. Necesita de unos presupuestos, de un ambiente que provoque su nacimiento y facilite su crecimiento. En el terreno de los valores, y la fe es un valor, el contagio es el mejor transmisor. Cierto, el contagio no es suficiente, ni imprescindible. Pero lo normal es que se convierta en necesario. También aquí valen las palabras de San Pablo: ¿cómo creerán si nadie les predica? Para creer se necesita ver creer a otros.

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Antonio Maqueda
3 de noviembre de 2013 a las 12:50

Excelente reflexión. Ciertamente, hay hijos indiferentes o ateos de padres cristianos (significativo es que hijos de padres con una religiosidad escrupulosa, controladora u opresiva opten por el ateísmo militante y beligerante), e hijos cristianos de padres ateos (pero respetuosos), indiferentes o de una religiosidad superficial, de la BBC (bodas, bautizos y comuniones). Pero lo más habitual es que los cristianos con una experiencia de fe más o menos profunda sean hijos de padres cristianos. Y un dato más: se empiezan a dar casos de padres que se interesan por vivir una experiencia de fe o de resucitar una fe que se abandonó en la adolescencia con motivo del inicio de las catequesis de sus hijos, o de haber vivido intensamente la celebración de la primera comunión de sus hijos. Es, casi, un contagio al revés. Desde hace décadas existe la "catequesis familiar", en la que los padres actúan, con la coordinación y el apoyo de la parroquia, de catequistas de sus hijos. Pues, en los siete años de ministerio que llevo, que son muy pocos, he sido testigo de dos experiencias contrapuestas. En la primera, la parroquia había tenido que ir reduciendo la catequesis familiar y volviendo al modelo de catequistas de la parroquia, porque no había compromiso por parte de los padres; y en la segunda, se ha planteado la catequesis del despertar en la fe como catequesis familiar, en las condiciones dichas y de forma optativa. Sorprendentemente, una realidad que preveíamos experimental y de poca aceptación ha sido acogida muy favorablemente y el número de familias comprometidas en esta catequesis duplica el de niños que se están preparando para la primera comunión. Yo lo interpreto como que Dios ha escogido el camino de los pequeños. O que para asuntos de fe es necesaria una mayor inteligencia emocional que racional.

Anónimo
3 de noviembre de 2013 a las 15:22

Tienes toda la razón y ante una realidad familiar exenta de vida cristiana,desaparece Dios de las vidas,¿qué hacer?en mi familia se da el caso, de adres increyentes ,mis sorinos ya no creen ,sus hijos ya no estan bautizados y ni se plantean la existencia de Dios.Acabo de conocer a dos jovencias de 20 años, una pertenece al camino neocatecumenal,la otra no...pero es tan pobre su experiencia de Dios ,que andan más preocupadas con el dinero,herencias...y sus relaciones afectivas dejan mucho que desear.No sé cómo ayudarlas, por lo pronto les he abierto las puertas de mi casa,les hablé de mi historia y para mi sorpresa sólo se quedaron con el "problema" de la herencia.Me quedé estupefacta,¿sólo eso les importa?Es cierto ue madurar en la fe te ayuda a madurar como ersona, esero y deseo que estas jóvenes también encuentren en el Señor el camino ue dá la vida

María José
4 de noviembre de 2013 a las 14:13

Agradezco de corazón por esta reflexión, me ayuda para que cada día procure ser luz para los demás y no tiniebla; intentar día a día, responder al llamado a la conversión.

Juan
4 de noviembre de 2013 a las 22:20

En el momento histórico de la Iglesia que nos tocó vivir, no sé hasta que punto nuestros "modelos de fe" (familiares, sacerdotes, religiosos) fueron eficientes en la gestación y crecimiento de una fe auténtica. Nuestras prácticas religiosas tales como los novenarios, rogativas, pidiendo al cielo lluvia, como si Dios fuese el encargado del departamento de aguas..dejaban mucho que desear. Nos formamos una idea de un Dios que está esperando órdenes de los humanos.. Con tu permiso, fray Martín, déjame que recomiende la lectura de tu excelente trabajo sobre "Dios en las cosas o las cosas en Dios?" (Enero-Abril, 2011, Salamanca).

Antonio Saavedra
5 de noviembre de 2013 a las 21:44

A Juan, o a Fr. Martín: ruego que cuando se recomiende un texto se incluya un enlace o, si no se tiene, se copie o se resuma. En caso contrario se queda uno con la miel en los labios.

Martín Gelabert
6 de noviembre de 2013 a las 00:11

A Antonio Saavedra: Gracias por su interés. El artículo al que se refiere Juan fue publicado en Ciencia Tomista. Esta es la referencia exacta: ¿Dios en las cosas o las cosas en Dios?, en Ciencia Tomista, 2011, 133-149.

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