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Concebida sin pecado original
3 comentariosAlgunos grandes teólogos, nada sospechosos de no amar a la Virgen María, no estaban convencidos de que hubiera sido concebida sin pecado original. Entre estos grandes el más citado es Tomás de Aquino. Pero San Anselmo, San Bernardo y San Buenaventura pensaban lo mismo.
El amor no se manifiesta a base de adjetivos. Se manifiesta respetando la verdad y ofreciendo motivos por los que uno piensa o actúa de una determinada manera. ¿Cuáles eran las razones que tenía Tomás de Aquino para pensar que María, como todos los humanos, fue concebida en pecado original? No es cuestión ahora de entrar en la problemática del pecado original que desencadenó San Agustín. Vamos a fijarnos solo en su aplicación a la concepción de María. Tampoco es cuestión de entrar en la agitada prehistoria que condujo a la proclamación del dogma.
Las razones que tenían los teólogos medievales eran, fundamentalmente, estas dos: si, según san Agustín, el pecado original se transmite por el placer sexual del momento de la concepción, entonces es evidente que María “fue engendrada con la intervención de los dos sexos, que no puede ser sin pasión” (Tomás de Aquino). El segundo motivo partía de otro prejuicio, a saber, que quién no ha incurrido en pecado no puede ser beneficiario de la salvación de Cristo. Hoy la teología no funciona con esos presupuestos: ni el pecado original se transmite por el acto sexual, ni la necesidad de Cristo está condicionada por el pecado. Con pecado o sin pecado todos necesitamos de Cristo; su acción es eminentemente salvífica y elevante, no sólo sanante.
Los medievales afirmaban la eminente santidad de María. Más aún, “que pese a ser concebida con pecado original, fue purificada de él de un modo especial. Algunos son lavados del pecado original una vez nacidos, como los que son santificados por el bautismo… María fue santificada en el mismo vientre materno, antes de nacer”. Por eso, nació toda santa: “la bienaventurada Virgen María fue santificada con tal abundancia de gracia que ya quedó inmune, desde el seno materno, a todo pecado, no sólo mortal, sino incluso venial” (Tomás de Aquino).
Escoto dio un giro copernicano a la discusión de si el pecado condicionaba la necesidad que María tenía de Cristo. Pues si admitimos que la Madre del Señor fue santificada desde el primer instante, exenta de pecado, no solo no atentamos contra la universalidad y eficacia de la cruz de Cristo, sino que solo entonces reconocemos a Cristo como el sobreabundante y eminentísimo Redentor. Cristo redime a María con la más perfecta de las redenciones: con gracia previniente y elevante, de forma más “eminente”, (Lumen Gentium, 53), más plena. ¿Cómo comprender esa mayor necesidad de Cristo cuanto mayor es la santidad? Porque cuanto más se avanza en el camino de la santidad, cuanto más se conoce al Señor, más se comprende la necesidad que de él tenemos y tanto menos dispuestos estamos a dejarle. Cuanto más conocemos a Dios, más le deseamos.