Sep
Clérigos y sexualidad
6 comentariosCélibes y casados tienen que humanizar su sexualidad. Cuando el célibe es religioso o presbítero, mucha gente le presupone un plus de ejemplaridad. De modo que, cuando se da publicidad a algún acto suyo que parece contradecir lo que predica, al error, pecado o delito se añade el escándalo o la indignación. Pero, ¿qué pasa cuando la noticia es errónea? En la última semana dos clérigos en la diócesis de Valencia han sido acusados de delitos sexuales. Pero uno, del que se han publicado datos personales con foto incluida, ha sido falsamente señalado. ¿Quién repara el daño causado?
La reacción del Arzobispado, en ambos casos, ha sido modélica. En el caso del presunto culpable no sólo son de alabar las medidas tomadas, sino también la discreta actitud con el implicado. Una cosa no quita la otra. La exigencia de responsabilidades no tiene que impedir la misericordia y la comprensión. Misericordia que todos necesitamos. Tanto más cuanto peor estamos. Y comprensión, que no significa aprobación.
En el caso de los clérigos el problema no es el buen o mal uso de la sexualidad; el problema no es que, como todo ser humano, sean tentados y en ocasiones caigan en la tentación. El problema son los modos, las maneras. El problema es el abuso de menores y de personas vulnerables. Eso es lo inaceptable.
Ocurre que, en lo relacionado con la sexualidad, se atribuyen a la Iglesia o a algunos eclesiásticos las posiciones más rígidas y, a veces, más intransigentes. Si la institución a la que uno representa se muestra dura en determinadas materias, cuando uno de sus miembros falla en asuntos relacionados con la materia, parece mayor la incoherencia, el asunto se convierte en morboso y algunos aprovechan la ocasión para airear la hipocresía de la institución.
Clérigos, frailes, monjas y curas, son gente débil. En materia sexual también. Y cuanto más claro lo digamos, mejor. No son personas santas, aunque aspiran a serlo. Y les cuesta. Como a todos. Ni más, ni menos. En su caso se añade la dificultad de compensar (sí, sí, compensar, aunque se puede compensar de muchos modos, con entrega apostólica o vida comunitaria por ejemplo) las dificultades del celibato.