Oct
Capacidad de ver la belleza
5 comentariosLa visita del Papa a la república checa ha pasado casi desapercibida para los medios españoles. Y, sin embargo, en los discursos pronunciados en esta república, se encuentran algunas perlas que denotan, una vez más, la maestría que tiene Benedicto XVI para expresar con elegancia sus ideas. Me quedo con las últimas palabras que pronunció en suelo chequio, inmediatamente antes de subir al avión que le llevaría desde Praga a Roma: “Según un adagio atribuido a Franz Kafka, quien permanece capaz de ver la belleza no envejece jamás. Si nuestros ojos permanecen abiertos a la belleza de la creación de Dios y nuestros espíritus a la belleza de su verdad, entonces podemos esperar permanecer verdaderamente jóvenes y construir un mundo que refleje de alguna manera esta belleza divina, y ayudar a las futuras generaciones a hacer lo mismo”.
Estar abierto a la belleza de la creación y a la belleza de la verdad para construir un mundo que sea reflejo de la belleza divina. ¿Está el hombre moderno capacitado para percibir esta belleza? ¿Cómo miramos a la naturaleza y a los seres humanos? El hombre de hoy observa la realidad en función de su utilidad inmediata y busca, para su propio provecho, explotar los recursos de la naturaleza. Cuando la mira ya no descubre espacios sagrados, que reflejan la bondad del Creador, sino lugares turísticos a los que se accede con dinero. La naturaleza ha perdido su encantado y todo está domesticado por la técnica y el dinero.
¿Y qué decir de la belleza de la verdad? En realidad hoy interesan más las mentiras que producen beneficios inmediatos, que la búsqueda de la verdad, que posiblemente nos obligaría a mirar con misericordia al prójimo y a ocuparnos de él. Porque la belleza de la verdad, cuando se refiere al prójimo, no está en sus rasgos físicos, sino en su ser imagen de Dios y en buscar, en toda relación con él, que resplandezca esta imagen. El pecado, el egoísmo, la violencia, la mentira impiden mirar con limpieza al mundo y a las personas. Hacen incluso que miremos torticera y sesgadamente. Nos ciegan para la totalidad de lo real, para ver aspectos positivos que reflejan mejor la mano de Dios.