Jul
Buscar el rostro de Dios
3 comentariosPor fin ha salido la esperada constitución apostólica sobre la vida monástica femenina, que lleva por título: “La búsqueda del rostro de Dios”. El Papa afirma haber escrito esta constitución “tras las debidas consultas”. En este caso la frase no tiene nada de retórica. Más aún, me permito añadir: tras las debidas consultas a la base, o sea, tras una amplia encuesta a todos los monasterios de vida contemplativa. Por este motivo, las monjas esperaban expectantes el resultado de la consulta.
Algunos medios han destacado solo una disposición, sin duda importante, de la constitución, que afecta directamente a los monasterios españoles, a saber: “hay que evitar en modo absoluto el reclutamiento de candidatas de otros Países con el único fin de salvaguardar la supervivencia del monasterio. Que se elaboren criterios para asegurar que esto se cumpla”. Pero la constitución es mucho más que esta disposición. Contiene una rica y actualizada doctrina sobre la vida monástica femenina, que también puede servir, a su manera, para todos los consagrados y, en general, para todos los cristianos.
La constitución comienza con un merecido elogio de la vida monástica, signo que recuerda al pueblo de Dios el sentido primero y último de lo que él vive. En efecto, todos los seres humanos, y de forma más consciente los cristianos, buscamos, de una u otra forma, el rostro de Dios, aunque no seamos del todo conscientes. Normalmente lo buscamos bajo la forma genérica de “la felicidad”. Los monjes y las monjas señalan de forma explícita dónde esta la fuente de la vida de la que todos venimos y a la que todos nos encaminamos. El Papa considera que, cincuenta años después del Vaticano II, es bueno mirar de nuevo algunos aspectos a la vida monástica, a la luz de las nuevas condiciones socio-culturales, para que pueda seguir siendo un desafío para la mentalidad de hoy.
Las y los que entran en un monasterio no quieren alejarse del mundo y, mucho menos, huir del mundo y, menos aún, condenarlo. Lo que buscan es contemplar el mundo y las personas con la mirada de Dios, allí donde los demás “tienen ojos y no ven”, porque miran con los ojos de la carne. Y desde esta contemplación ser la voz de la Iglesia que incansablemente alaba, agradece y suplica por toda la humanidad; ser, con la plegaria, colaboradoras de Dios y apoyo de los miembros vacilantes del cuerpo de Cristo.
La constitución indica que hay una serie de cuestiones sobre las que es necesario reflexionar y discernir para mejorar la situación de los monasterios; y añade que la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica ofrecerá en breve pautas e indicaciones concretas. En un próximo post me referiré a algunas de estas cuestiones.