Dic
Bendecid y no maldigais
6 comentariosEn la estela de unas palabras llenas de bondad y misericordia, unas palabras en las que el discípulo de Jesús es exhortado a amar sin condiciones, unas palabras en las que Jesús invita a los suyos a “bendecir a quienes les maldicen” (Lc 6,27), o sea, a no devolver mal por mal, se encuentran estas otras palabras de san Pablo: “bendecid y no maldigáis” (Rm 12,14). A ejemplo de Jesús que “cuando le insultaban no devolvía el insulto” (1 Pe 2,22), al cristiano se le exhorta a no devolver insulto por insulto, sino a responder con una bendición (1 Pe 3,9).
A la luz de estas consideraciones tan evangélicas resulta difícil comprender que el documento del Dicasterio para la doctrina de la fe, en el que se trata de las posibles bendiciones a personas en situación canónica irregular, haya suscitado tanto escándalo. Hay que leerlo despacio. Y, si se quiere criticarlo, no hay que hacerlo a base de prejuicios previos o de consideraciones alejadas del texto, sino a partir de las mismas palabras del texto. Si uno se atiene estrictamente a las palabras del texto no será fácil encontrar alguna que vaya en contra de la doctrina tradicional de la Iglesia.
El documento distingue explícitamente los ritos litúrgicos y sacramentales de otro tipo de bendiciones que tienen su arraigo en la religiosidad popular. Basta pensar en las bendiciones de animales o en las palabras de estímulo y consuelo que alguien pronuncia sobre una persona alejada de Dios. Era costumbre en los mensajes papales dirigidos a dirigentes políticos no creyentes terminar invocando sobre ellos la bendición de la “Providencia” o del “Todopoderoso”. Es una fórmula que no pretende aprobar una política determinada, sino pedir al Señor de la historia que cuide de esa persona y dirija sus pensamientos hacia el bien.
En el documento hay continuas advertencias para que no se confunda la bendición con un sacramento y para que no se la considere una aprobación de lo que no puede ser aprobado, sino más bien una expresión del amor de Dios que nos amó “cuando éramos pecadores” (Rm 5,8). Nos amó no cuando empezamos a ser justos o cuando nos propusimos serlo, sino siendo nosotros aún pecadores. El documento afirma explícitamente que mediante estas bendiciones “no se pretende legitimar nada, sino solo abrir la propia vida a Dios, pedir su ayuda para vivir mejor e invocar también al Espíritu Santo que se vivan con mayor fidelidad los valores del Evangelio”, pues “Dios nunca se aleja del que se acerca a Él”.
El Dicasterio reconoce la complejidad de algunas situaciones que no es posible valorar y juzgar ateniéndose únicamente a la letra de ley, pues hay “situaciones moralmente inaceptables desde un punto de vista objetivo”, en las que la culpabilidad o responsabilidad de las personas “pueden estar atenuadas por diversos factores que influyen en la imputabilidad subjetiva”. Es claro, pues, que no se bendice ninguna situación de pecado, sino a unas personas que tratan de vivir su fe en unas determinadas circunstancias. Vamos, que la vida nunca es blanca o negra del todo, la vida siempre es gris, con distintos tonos de gris, pero gris.