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Balance negativo con esperanza
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Porque al fin y a la postre, ¿quién está en guerra? y, sobre todo, ¿quién fomenta, como dijo el Papa el día de Navidad, ese “viaje sin meta, esa derrota sin vencedores”? Los soldados son los que dan la cara y la vida en la guerra, pero por encima de ellos están los políticos o los jefes de bandas terroristas. Y también aquellos gobiernos que proporcionan dinero y armas a los políticos de los países o grupos en liza. Los últimos responsables son, por una parte, aquellos a los que menos afectan las consecuencias negativas de la guerra y, por otra parte, aquellos que se enriquecen a costa del sufrimiento de los demás.
¿Y además de lamentarse qué se puede hacer? Poco. Pero al menos eso poco hay que hacerlo. Crear opinión pública, mantener la memoria de las catástrofes, porque parece que si no hablamos de ellas, han dejado de existir; desconfiar de la información oficial, que siempre es interesada y casi siempre mentirosa; buscar información veraz, a través de medios independientes, de ONGs de confianza que trabajan sobre el terreno ayudando a heridos y repartiendo alimentos; evitar el lenguaje de los combatientes y de sus aliados; crear un ambiente de paz, de tolerancia y de acogida a nuestro alrededor, porque las guerras no son más que una expresión extrema de la violencia que a todos nos tienta.
Entre tanto caos y desastre también hay signos de esperanza. Ocurre que, con frecuencia, no los sabemos detectar, porque parecen pequeños e ineficaces. Pero son ellos los que sostienen la sociedad. Son como el alma que da vida, aunque no se ve. Hay personas que luchan por la libertad y los derechos humanos, por la paz, la justicia y preservación de la creación; por la defensa de las mujeres, de los niños o de colectivos marginados, malqueridos o incomprendidos; madres que se desviven por sus hijos; personal sanitario y maestros que atienden con cariño a sus pacientes y a sus alumnos; ONGs que salvan vidas, y hasta políticos honrados. En estos gestos pequeños, muchas veces no valorados, queda claro que el amor es más fuerte que la muerte. Queda claro también que, donde menos se espera, el Espíritu Santo, “dador de vida”, está actuando, dando fuerza a los débiles, insuflando vida y suscitando amor.